Lo más cálido, aparte del calor del horario (de cinco a ocho de la tarde martes y jueves) ha sido la índole de los participantes. Tenía curiosidad por saber qué tipo de público podía asistir a estos eventos.
No pretendo en modo alguno hacer generalizaciones como las que realizan los estadísticos teóricos, sólo pretendo recoger el perfil de los que conmigo eran ocho.
Lo más curioso: menos Pedro y yo, el resto eran mujeres. Profesoras, alguna traductora, y casi todas trabajadoras en ONG’s. Los motivos: el trabajo, los viajes y la curiosidad por el mundo árabe. Todos éramos españoles, a excepción de Betsaida, colombiana, y Ana, nacida en Tánger de madre española, y que en su infancia había vivido en Marruecos.
Algunas sabían un poco de árabe estándar moderno y otras llevaban tiempo recorriendo Madrid en busca de clases de Dariya.
La Dariya, esa lengua eminentemente oral, esa que se habla en la calle, y que es influenciada por componentes dialectales locales y por préstamos del francés y del español, como nos contaba nuestra profesora, resulta tener una demanda social de cierta relevancia.
Siempre me ha gustado hablar de superestructuras y de infraestructuras, que en este caso son predominantemente político-sociales y aquí también se puede aplicar. En un reducido ámbito temporal y espacial (verano y un aula) se han reunido de un lado un organismo que nació con la vocación de ser un espacio de mutuo conocimiento y reflexión compartida, un punto de encuentro, y de otro la realidad social subyacente representada por seis trabajadoras de ONG`s (estos organismos, sin duda, y también con algunas críticas, realizan la labor silenciosa de intentar reducir en la medida de sus posibilidades la brecha socio-económica norte-sur).
Pero en estas clases he echado en falta ligeramente el componente sociocultural que, quizás en un curso más largo, se debería considerar muy importante. Una lengua no sólo es motivo de estudio en sí misma, sino que es el vehículo con el que una población refleja su modo de vivir, de pensar, de sentir y de evolucionar. Es algo esencialmente vivo y permanentemente influenciado por las corrientes migratorias
No albergo evidentemente crítica alguna al decir de esa aparente frialdad de este tipo de instituciones, sino que más bien al contrario, me refiero a que su labor debería ir no tanto hacia dentro, en forma de un boletín socio-económico del mundo árabe (que me parece muy bueno), o de ciclos de cine, exposiciones, presentaciones de libros e infinidad de actividades que se están realizando en las casas de Córdoba y Madrid, quizás para un público algo selecto, sino que debe conseguir que lo mejor, y que es mucho, del mundo árabe salga a las calles, hacia fuera.
El primer contacto literario apasionante (que no cotidiano) que tuve con el mundo árabe fue a través de ”La Historia de los musulmanes de España” del arabista holandés Reinhart P. Dozy, quien me impresionó cuando leí que había aprendido árabe y castellano para poder estudiar las crónicas de ambos pueblos e intentar contrastarlas. Su obra, aparte de su posible valor científico es de un gran entretenimiento, y en eso quizás radique su mayor virtud, vulgarizó (en el mejor sentido de la expresión) la historia de nuestros dos pueblos.
Y es en esa línea donde todos tenemos que trabajar e intentar conseguir que en un futuro más o menos cercano, al menos la emigración marroquí, se diluya en los brazos de la integración, que se convierta en una emigración simplemente transparente. La Historia común que tenemos sigue viva en las construcciones de los pueblos, fundamentalmente, de la Andalucía de hoy y del Marruecos de siempre, en su gastronomía, en muchas de sus tradiciones, y en la sangre mezclada. Debemos conocer esa historia, y como hiciera Dozy de una manera amena, desde la escuela (como parece ser se va a hacer en Andalucía) para poder entendernos un poco más, para comprendernos. El castizo Lavapiés se puede enriquecer con población de otras nacionalidades, pero no convertirse en un gueto de exclusión.
La emigración que no debería, pero que puede, tener un componente de choque con respecto al elemento nacional no lo es exclusivamente para el nacional español; los propios marroquíes viejos (al estilo de aquellos castellanos) que pueden llevar en España treinta o más años son los primeros que no se identifican, y en muchos casos “les molesta”, las nuevas corrientes migratorias de los últimos tiempos, ya que pueden descender en su consideración social al verse arrastrados por nuevas olas que han llegado.
Las terceras generaciones, los que han nacido aquí o han venido muy pequeños y son completamente bilingües, son los que podrán integrarse de una manera más fácil y los que con más facilidad influenciarán a su país, y a su vez, y en un proceso de ósmosis serán influenciados por sus tradiciones, porque casi todos en algún momento de nuestras vidas volvemos la cabeza a nuestras auténticas raíces. Como en otra ocasión, y aludiendo a la situación económica, la globalización, nos guste o no, está ahí; instituciones como Casa Árabe tienen un potencial de trabajo y posibilidades enormes de trabajar tanto con el colectivo español como con el colectivo árabe, y la casa en efecto debe ser ese punto de encuentro y ese espacio para compartir historia, cultura, pasado, presente y futuro.
Juan Manuel Pecero Sánchez
(19/08/08)