Me gustaría en estas páginas hacer un pequeño análisis económico y social de Marruecos, situándolo en el contexto internacional. ¿Qué está ocurriendo en estos momentos?; ¿qué problemas hay?; ¿cuáles son las perspectivas de futuro?
Para realizar una aproximación a la situación de un país hoy más que nunca debemos contemplarlo en un escenario amplio, sin circunscribirnos únicamente a su sociedad, o a su vida política o económica.
La globalización es una realidad que traspasa las fronteras político-geográficas; la televisión, la radio, Internet, y sobre todo las corrientes migratorias están continuamente aportando nuevas (y no siempre buenas) ideas, formas de vida y costumbres. La sociedad mundial ya no es ajena a nadie.
Y es precisamente en este contexto globalizado donde las multinacionales y la expansión de sus actividades en el mundo musulmán adquieren su protagonismo. Sus acuerdos con las instituciones gubernamentales de los aspirantes a países de acogida y su capacidad para dinamizar la sociedad local, en forma de un cierto desarrollo y un número más o menos importante de puestos de trabajo, les confieren un poder fáctico en el país. Por esta razón, se celebra casi en el ámbito nacional el establecimiento de alguna de sus plantas en el territorio, y en forma de huelgas e intentos de negociación política cuando deciden abandonarlo.
Los fenómenos económico-sociales internacionalizados por el comercio o la emigración son los verdaderos motores de cambio de la sociedad. Sociedad que alberga el diseño de un modelo político, económico, religioso o social, y que en definitiva conforman la manera de ser y el sello de identidad de un pueblo. Normalmente, el modelo político, con sus estructuras nacionales y sus fronteras, se desenvuelve en un ámbito local o regional, con independencia del grado de internacionalización del país; pero el modelo económico encierra en su esencia la naturaleza cambiante y la tendencia a la globalidad; la integración en áreas supranacionales empieza siendo un fenómeno económico, y luego, en su caso, será político.
El ordenamiento jurídico, en otro orden de cosas, da legalidad a los comportamientos que la sociedad civil ha ido haciendo suyos con el paso del tiempo o adaptados por nuevas influencias, aunque, si bien es verdad, no sin dificultades en este último caso.
Se ha discutido mucho sobre la responsabilidad social corporativa de estas macroempresas, de si deben o pueden jugar un papel activo en la vida política local, de si pueden o deben coadyuvar en un proceso de reformas estructurales internas, o de si se da la necesaria armonización de las recomendaciones internacionales y la acción de los gobiernos en forma de normas de control de sus actividades. Si esto fuera así, se deberían aplicar los mismos cánones de calidad medioambiental o condiciones laborales que en el país de origen.
También es cierto que existe en el ámbito popular un cierto sentimiento de desconfianza ante las condiciones que pueden imponer estas grandes empresas en los países emergentes; pero es aquí probablemente donde la opinión internacional está más vigilante y más sensibilizada, y quizás sea en las pequeñas y medianas empresas donde de una forma menos significativa, por su evidente menor peso pero no menos importante, es donde se estén incumpliendo esas recomendaciones.
Si intentáramos ubicar a Marruecos en el contexto internacional podríamos no llevarnos una gran sorpresa si lo viéramos dentro de unos años entre tres grandes bloques: la Unión Europea, por un lado, los países del Golfo, por otro, y los países asiáticos, en especial, China y la India, por otro.
Es por eso por lo que he llamado a esta breve exposición Marruecos: objeto de deseo.
La situación de los países del Golfo me parece muy interesante y digna de hacer aunque sea de una forma somera algunas puntualizaciones:
1. Este pasado enero se firmó un acuerdo para la creación de un mercado común en esa zona. En un principio, se trataría de conseguir la libre circulación de personas, bienes y capitales en toda el área, para avanzar hacia el 2010 hasta una unión monetaria. Esto supondría la creación de un bloque económico, que con una gran riqueza natural y por tanto económica, negociaría con otros bloques como la Unión Europea con una única voz.
2. La coyuntura alcista de los precios del petróleo en los últimos tiempos ha provocado un gran exceso de liquidez que estos países (todavía por separado) están invirtiendo en cuantías muy importantes, y entre otros destinos, en Marruecos, en otras zonas del Magreb, y en Asia.
3. Las emisiones de fondos y bonos islámicos (sin intereses) desde estos países han provocado la reforma de la legislación fiscal de Gran Bretaña y Francia; esto, por dos motivos: para evitar la doble imposición, y para captar parte de los miles de millones de dólares que movilizan.
Sin duda, estos países aparte de posicionarse desde el sur ante la Unión Europea están aprovechando el resquicio inversor que Marruecos y otros territorios del Magreb ofrecen en las proximidades de una Europa sobre explotada. Fundamentalmente, están invirtiendo en el sector turístico e inmobiliario.
Como un inciso podríamos hacer un paralelismo con la situación que vivimos en el siglo VIII de nuestra era en que también tuvimos una influencia, no de índole muy distinta, pero con una instrumentalización diferente.
La concentración inversora de estos países del Golfo conlleva un factor de riesgo importante por la vulnerabilidad ante cambios de decisión, pero en el caso de Marruecos las inversiones también proceden del norte. No es extraño leer noticias sobre la deslocalización de factorías que instaladas en España y el resto de Europa están saltando el Estrecho para beneficiarse de unos costes menores; caso del sector automovilístico o aeronáutico o de las constructoras buscando nuevos horizontes y legislaciones más favorables.
Marruecos no sólo debe conformarse con ser un receptor de Inversiones, ya que esto supondría perder en buena medida el control de su propia economía, pues quedaría en manos extranjeras parte de su iniciativa.
La brecha de renta per cápita que actualmente existe con la UE, insostenible por otra parte, debe reducirse no sólo con costes de mano de obra barata y legislación favorable a las inversiones extranjeras. Es el momento de nadar contra corriente. Marruecos tiene que conseguir cambiar el sentido de esas inversiones, y pasar de ser socio en el trabajo a socio en la dirección y planificación.
Esta brecha no sólo es cuantitativa, sino que también lo es cualitativa. Su desaparición conlleva una reestructuración profunda o la implantación de nuevas estructuras en el país con reformas en distintos ámbitos (judicial, administrativo e incluso de seguridad).
Marruecos tiene que aspirar a ser una marca de buen producto, de buen hacer, o de buen destino turístico. Aprovecharse de costes más bajos, por qué no, pero en un proceso de recuperación a su nivel normal y en correlación directa con la garantía de su nombre. Debe aprovecharse de la proximidad geográfica que es una baza importantísima ante la competencia asiática. Está claro que no puede competir con China, en cuanto a producción industrial o textil, o con India como exportador de servicios, pero debe buscar su sitio en la especialización.
Marruecos tiene un gran potencial, pero la responsabilidad de la clase dirigente es conseguir lo que se ha venido en llamar un desarrollo sostenible. La especulación inmobiliaria y el deterioro medioambiental que ha sufrido España en los últimos años es un ejemplo a considerar y a evitar. El modelo está agotado, y existe un terreno virgen a escasos kilómetros de nuestras costas.
Las entidades financieras españolas también lo han visto y los acuerdos para implantarse en el suelo marroquí han comenzado.
Las relaciones España-Marruecos no sólo son a través de Cámaras de comercio, de asociaciones empresariales o de oportunidades de negocio (de partenariado), sino que hay otro tipo de interrelación, la social; ésta se encuentra en el substrato de los municipios pequeños de Andalucía, de sus jornadas culturales o gastronómicas, en la música, o en la búsqueda de una identidad común; son esos andaluces de Marruecos, o esos musulmanes nuevos de Granada. Esto no viene impuesto por acuerdos políticos o económicos; hay algo que subyace y que es enormemente rico.
Quizás el verdadero mercado común para España debería haber tenido su sede en Casablanca, en Marrakech o en Madrid, mirando a Europa y a Sudamérica juntos y con el resto de los países mediterráneos (espacio económico euro-mediterráneo), quizás.
A modo de conclusión:
Marruecos debería aprovecharse de sus costes más bajos en un primer momento, debería ir cerrando esa brecha con reformas estructurales, debería aprovechar la inversión extranjera pero no vivir de ella, y debería conseguir un desarrollo sostenible con la participación muy importante de la clase dirigente marroquí.
La responsabilidad es grande: ¿cómo desarrollar de esta forma?, ¿cómo va a cambiar la sociedad marroquí en su código social en los próximos años?, ¿qué le parecen estos cambios al ortodoxo islámico?…
Estas cuestiones se están viviendo ahora mismo, en el día a día de las calles de Marruecos, de España, y de otros tantos países. Por eso las remesas de emigrantes no son sólo dinero, también son ideas, formas de vestir, cada vez más híbridas (como la lengua que la segunda o tercera generación ya alterna perfectamente). La Historia nos dirá si lo que hicimos fue lo correcto, o sólo lo que pudimos hacer.
Juan Manuel Pecero
(23/04/08)