Hace unas semanas, o quizá meses, leía en una de las ediciones de Marruecos Digital el artículo de la historiadora María Rosa de Madariaga titulado “¿Existe una élite hispanohablante en Marruecos?”. Atraído por tan sugerente propuesta comencé a deslizarme, poco a poco, por una exposición que zigzagueaba a través de tesis inconexas y que en algunas ocasiones poco tenían que ver con la idea de cabecera.
El artículo en cuestión se ha utilizado como excusa para, una vez más, lanzar un varapalo hacia lo que se ha venido en denominar (hasta ahora) como “literatura marroquí en castellano o de expresión en castellano”. Las conclusiones que desgrana la autora, acerca de este asunto literario, que guardan poca relación con lo que era el motivo de su artículo, se convierten en un inestable terreno donde la historiadora hace aguas.
La evolución del fenómeno literario, que prefiero redenominar como de Literatura hispano-magrebí (por las causas que aclararé más adelante), trae su causa desde el primer momento en que se produce la presencia de lo español en la literatura del norte de África; presencia que data, a su vez, de los tiempos de la presencia árabe en Andalucía.
Desde entonces, el transitar de los pueblos que habitaban y habitan en ambas orillas ha sido continuo, estableciéndose un puente de paso entre ambas culturas, que en muchos momentos ha tomado como elemento común la lengua y la expresión literaria. No es, sin embargo, hasta la “pacificación” del territorio por parte del Protectorado español (año 1927), que se produce una asistencia masiva del marroquí a las escuelas coloniales y, en algunos casos, a las universidades españolas.
Todo ello fraguaría el germen de un grupo de intelectuales de alto nivel, con capacidad de desarrollar posteriormente un fenómeno literario como el que nos ocupa, y que en los años 50 se materializa en una serie de obras y autores concretos. Así, son de destacar las importantes plataformas de la época, desde las que se da proyección a la creación de los autores locales: nos referimos a las revistas al-Motamid y Ketama. Allí un nutrido grupo de jóvenes escritores como Mohammad Ibn Azzud Hakim, Moisés Garzón Serfaty, Abdul-Latif Jatib, Ahmed Meknasi, Dris ben Mohamed ben Yel-lún, Dris Bennuna, Abderrahim Yebbur Oddi, Mohamed ben Abdeslam Temsamani, Mohamed Azimán, Dris Diouri, Amina Loh, Mohamed Larbi Khattabi, Mohamed Benaouda, Fail Mehammad al-Arbi, Alfredo Bustani, Ahmed Abdeslam Bakkali, Abdelkader Ouariachi o Dris El Jay, entre otros, comenzarán a hacer patentes sus primeras propuestas literarias.
Tras esta primera generación serán (desde los años 60 y hasta finales de los 80) Mohamed Mamún Taha (Momata), Mohamed Chakor, Aziza Benani, Mohamed Bouissef Rekab, Abdellah Djbilou (recientemente fallecido y que en paz descanse), Larbi Messari, Said Jedidi, Fadel Lachlab, Mustafá Adila, Nadia Boazza, Moufid Atimou, Choukri El Bakri, Abdelmalik Muhammad, Malika Embarek, Abdelwahid Salem, Dris M. Mehdati o Karima Hajjaj, los que seguirán con la antorcha de aquellos primeros escritores. Entre los años 1965-1975 se unen, a éstos, los escritores de origen saharaui Mohamed Ali Ali Salem, Mohamidi Fakala o Baba Fdeid.
Todo ello no será, sin embargo, más que el caldo de cultivo de una futura literatura de creación, ya que hasta aquí, la mezcolanza de historiadores, antropólogos, poetas, periodistas, narradores o etnógrafos, hacía imposible poder hablar de una corriente de creación definida.
En todo proceso histórico-literario existe un primer movimiento donde la coexistencia de lo heterogéneo es una de sus principales características. Así pues, hasta finales de los años 80 y principio de los 90 existió una absoluta amalgama entre hispanismo y creación literaria (no podría haber sido de otra forma). A partir de esa fecha y hasta hoy, y de la mano de autores marroquíes como Mohamed Chakor, Moisés Garzón Serfaty, Aziz Tazi, Abderrahman El Fathi, Moufid Atimou, Ahmed M. Mgara, Jalik Tribak, Laarbi El Harti, Abdul-Latif Jatib, Mohamed Sibari, Mohamed Bouissef Rekab, Mohamed Lahchiri, Ahmed Daoudi, Said Jedidi, Mohamed Akalay, Ahmed Ararou, Karima Toufali, Suad A. Abdelouarit, Mezouare El Idrissi, Mohamed Toufali, Ahmed El Gamoun, Rachida Garrafi o Sara Alaoui, del tunecino Mohamed Doggui o de los escritores de origen saharaui como Mohamed Salem Abdelfatah, Liman Boisha, Bahia Mahmud Awah, Ahmed Muley Ali, Ali Salem Iselmu, Chejdan Mahmud Yazid, Saleh Abdalahi, Luali Lehsen, Zahra El Hasnaui, Mohamed Sidati, Larosi Haidar, Sas Nah Larosi, Fatma Galia o Mohamed Ali Ali Salem, así como de algunos autores de generaciones anteriores, he llegado a catalogar 84 textos publicados de creación literaria (nada que ver con el hispanismo) de forma individual (quedan a disposición del lector que lo soliste el listado completo de tales textos), de los cuales existen 35 poemarios y 49 novelas/recopilaciones de cuentos. Por el origen tenemos 74 obras marroquíes, 9 saharauis y 1 tunecina, amén de todos aquellos inéditos que permanecen en los cajones a la espera de su edición y del cuantioso caudal de textos (poemas, relatos cortos y cuentos) publicados en diferentes revistas y antologías.
Por tanto dar la espalda a este fenómeno sería, además de un error de investigación, una gran injusticia con quienes desde los años 40 y 50 trabajaron por llegar al punto en el que hoy nos encontramos.
Afirma, categóricamente, la historiadora Madariaga (en contra de estos datos objetivos e incontestables) en su artículo que “no creemos que se pueda hablar propiamente de una literatura marroquí en castellano”. Leyendo una y otra vez su escrito, el fundamento, o los fundamentos, de tal aseveración (según la autora) no son otros que: (a) la inexistencia de acumulación de textos, (b) la baja calidad literaria de los mismos, escritos en un “español para andar por casa”, con garrafales faltas sintácticas y ortográficas, y (c) que la mayoría de los autores han de acudir a la edición de autor para dar a conocer sus creaciones.
Es lamentable que una investigadora de la indiscutible categoría de María Rosa de Madariaga acuda a unos criterios tan escuálidos para conformar una opinión, a nivel objetivo, y efectuar una afirmación de tamaña categoría, como es la negación de una literatura de origen hispano-magrebí, desarrollada desde hace más de 60 años, de forma continuada, y que hoy acumula casi el centenar de textos. Sus palabras, por injustas, resultan casi ofensivas.
Con el fin de refutar estos criterios expositivos, diremos, en cuanto al apartado (a) que afirmar (en este preciso momento) que no existe acumulación de textos, probablemente obedezca más a su desconocimiento del fenómeno literario en cuestión que a la realidad objetiva del mismo. Habría que preguntar también, a la autora, a partir de qué número exacto se puede considerar acumulación y qué organismo internacional regula los criterios de existencia o inexistencia de acumulación. A mayor abundancia diremos que hasta el presente se han editado (casi todas, en consideradas editoriales de la Península y Universidades españolas) 11 muestras (con carácter antológico) de escritores magrebíes, así como celebrado diferentes Seminarios y Coloquios (en Universidades Españolas y Marroquíes) sobre el asunto que nos atañe, de un nivel académico de primer orden.
En cuanto al apartado (b) donde la historiadora afirma taxativamente que son “muchos” los escritores (las generalidades, casi siempre, por injustas, son desproporcionadas: los andaluces somos unos vagos e incultos o los vascos son unos terroristas) con una baja calidad literaria en sus textos, escritos en un “español para andar por casa”, con garrafales faltas sintácticas y ortográficas, afirmaremos que seguramente la profesora sólo haya podido tener acceso a un par de textos, de esos en los que los amiguetes subrayan los errores semánticos, sintácticos u ortográficos, para pasar una animada tarde de casino, mientras se saborea un te con pastas. Textos, casi con toda seguridad, de los primeros momentos. No puede haber leído Madariaga los poemarios de Moisés Garzón Serfaty, Momata, Mohamed Salem Abdelfatah Ebnu o Bahia Mahmud Awah; imposible que haya encontrado un sólo error en la perfección constructiva de Mezouare El Idrissi o que le parezcan de escasa calidad los sentidos “versos mojados” de El Fathi (le invito a leer su poemario Desde la otra orilla).
No puede ser que no se haya conmovido con la inigualable lírica del tunecino Doggui (que supera en calidad a muchos de los actuales escritores españoles) o que afirme gratuitamente estas cosas tras haber deleitado el poemario Último aviso del profesor Aziz Tazi, cuya rigurosidad constructiva deja boquiabiertos a críticos andaluces. Su afirmación sería aceptable si tras leer, en verdad, los cuentos de Lahchiri, de Mohamed Ali Ali Salem, las novelas de Bouissef Rekab, El diablo de Yudis de Ahmed Daoudi o cualquiera de los textos de Mohamed Chakor, mantuviese con firmes pruebas que éstos no son merecedores de ser consideados verdaderas obras literarias.
Imposible. Estoy convencido de que la autora no ha podido leer sus creaciones para mantener tamaña afirmación. En tal caso su ceguera literaria sería lo preocupante.
Abundando en este aspecto de la calidad literaria diremos que ello podría dar lugar a toda una tesis doctoral. Los errores gramaticales y sintácticos de Gabriel García Márquez, públicos y notorios (para amplia información al respecto léase el artículo de Jotamario Arbeláez, Las perlas del genio. 20 glosas a García Márquez) no le impidieron alcanzar el Nobel y nadie, por supuesto, se atrevería a decir que por ello no es un buen escritor. A mayor abundancia investigue el interesado en la web www.lafieraliteraria.com, donde encontrará crasos errores de todo tipo (esbeltos y deformados errores, errores azules, rojos y morados, errores fatídicos y otros más livianos, errores, errores, errores…) en tan significados escritores españoles como Javier Marías, Muñoz Molina, Maruja Torres o Almudena Grandes.
Por otro lado, no hay que olvidar el hecho de que no estamos ante una literatura española o castellana epigonal, sino que asistimos a la génesis de un fenómeno literario muy novedoso, como es el de una literatura hispano-magrebí (al igual que lo fue, en su momento, la literatura hispano-americana).
Una literatura que ha logrado un sincretismo cultural (lo árabe y lo hispano), religioso (lo musulmán, lo judío –en algunos casos- y lo cristiano) e idiomático (bereber, hasania, árabe, francés y español) o la denominada “magrebidad” (según Rodolfo Gil Grimau) en sus creaciones; el criollismo, la fusión, el mestizaje, a resultas del cual ha comenzado a generarse una literatura española con señas de identidad propias, específicamente magrebíes y que por tanto, aún mirándose en el espejo de la tradición castellana no tiene porqué ser reflejo de la misma.
Ello, sin embargo, no es óbice para exigir el conocimiento profundo de la tradición y el empleo de las técnicas constructivas con la destreza de los grandes artesanos. Así debe de ser.
Por lo que respecta al argumento ( c ) relativo a la edición de autor de la mayoría de textos o a la publicación bajo la ayuda o subvención de determinados organismos oficiales, éste ha sido un hecho cierto e incontestable, hasta hace unos años. A pesar de ello ya existen muchas ediciones que se están llevando a cabo en editoriales no magrebíes o en organismos peninsulares (Voz de eternidad de Garzón Serfaty, Desde la otra orilla de El Fathi, La señora y Aixa o el cielo de Pandora de Bouissef Rekab, Voz de fuego de Mohamed Salem Abdelfatah Ebnu, Último aviso de Aziz Tazi, Entre Levante y Poniente de Doggui, Los versos de la madera de Liman Boisha, Olas de poesía de Suad Abdelouarit, Elegía para la espalda mojada de El Idrissi, Versos refugiados de Bahia Mahmud Awah, Entre Tánger y Larache de Akalay o Viaje a la sabiduría en el desierto de Ahmed Muley Ali, entre otros).
Sin embargo, como miembro de las Juntas de Gobierno de dos de las asociaciones de escritores españolas más importantes (ACE y AECL) puedo asegurar, a la autora y al lector, que en España existe un elevadísimo número de autores que publica gracias a la edición de autor y, sobre todo, a las ediciones oficiales (Ayuntamientos, Diputaciones, Gobiernos autonómicos, etc.), sin cuya ayuda los textos casi nunca verían la luz (este hecho es aún más relevante en el campo de la poesía), lo cual no deslegitima ni pone en menor valor la calidad de los textos. Este fenómeno es perfectamente trasladable al Magreb o a la Conchinchina.
Termino, pues, afirmando, absolutamente en contra del criterio de la profesora Madariaga y de su exposición, que los creadores (que no hispanistas) magrebíes contemporáneos, herederos de una corriente literaria continuada (con sus luces y sombras) de más de 60 años, conforman una nómina de escritores con garantía y solvencia de futuro, suponen (a mi modo de ver) la consolidación de un fenómeno literario de primer orden, como es el de una nueva literatura hispano-magrebí o escrita en el Magreb, y pueden llegar a significar un hecho literario relevante, alejado de sucedáneos, con señas de identidad propias, como es la magrebí.
A pesar de no haber contado, hasta el momento, con un público consumidor de literatura en español de forma masiva (entre otras cuestiones por no ser el español, hasta ayer, una lengua ampliamente seguida en el Magreb por la clase media, ni existir una élite hispanohablante), esta literatura goza ya de unas bases sólidas y firmes que garantizan su continuidad en el futuro. De todo ello daremos cuenta en una próxima antología de literatura hispano-magrebí que verá la luz (in sha´llah) a finales de la próxima primavera.
(Noviembre 2007)
José Sarria Cuevas es licenciado en Ciencias económicas y empresariales, al tiempo que ejerce de columnista en varios medios españoles y marroquíes y compagina su pasión por la poesía.
En este ámbito, sus poemas han sido publicados en revistas especializadas como Málaga & Poesía (Málaga), Ficciones (Granada), Ánfora Nova (Rute), Tierra de Nadie (Jerez de la Frontera), Turia [(i](Teruel), Empireuma (Orihuela), Almoraima (Algeciras), Extramuros (Granada), EntreRíos (Granada), Batarro (Almería), Arboleda (Palma de Mallorca), Almedia (Almería), Tres Orillas (Algeciras) o Entrelíneas (Tel Aviv).
En poesía ha publicado, además de diversos cuadernos y plaquettes, los libros: Prisioneros de Babel (Málaga, 1996), La voz del desierto (Málaga, 1997), Canciones sefardíes (Málaga, 1998), Sepharad (Málaga, 2000) [con este poemario fue Finalista del Premio Andalucía de la Crítica], Tratado de amores imposibles (Madrid, 2002), Inventario delle Sconfitte (Foggia, Italia, 2004), Desde que llegaste –doce poemas de amor- (Málaga, 2004) e Inventario de derrotas (Málaga, 2005). Su poesía ha sido traducida al italiano por Emilio Coco.
Es co-autor de la antología Poesía andaluza en libertad (una aproximación antológica a los poetas andaluces del último cuarto de siglo) (Málaga, 2001), y del Diccionario de autores y obras "Corona del Sur" (Málaga, 2001).
Su obra se encuentra recogida en diversas antologías: …y el Sur (Málaga, 1997), Antología del Grupo de Málaga (Málaga, 1999), Arribar a la bahía (Cádiz, 2000), 21 de Últimos (Huelva, 2001), Cari poeti, … affettuosamente (Foggia, Italia, 2002), Diccionario de escritores de Málaga y su provincia (Madrid, 2002), De punta a cabo. Antología poética malagueña contemporánea (Almería, 2003), 30 poetas andaluces actuales (Málaga, 2005), Geografías habitadas (Córdoba, 2005) o Poesía viva de Andalucía (Guadalajara, México, 2006).