Desde el principio, la historiadora ha elegido su campo: el de la lucha anticolonial, la paz y la democracia. No mezcla los géneros. Sabe distinguir entre las rebeliones de aventureros como Bu Hamara o Raisuli, y la resistencia de las tribus rifeñas a la ocupación colonial, una resistencia a la que, por otro lado, ambos impostores combatieron.
Así, la autora establece una neta distinción entre las tomas de rehenes de civiles llevadas a cabo por Raisuli como actos de bandolerismo, y las realizadas por la resistencia rifeña, que constituían, sin duda, acciones de guerra, en respuesta, por otra parte, a las tomas de rehenes perpetradas por la Policía Indígena.
El Barranco del Lobo
El Barranco del Lobo está situado cerca de Melilla, en el territorio de Guelaya, que comprende la confederación de las cinco tribus de Mazuza, Beni Sicar, Beni Bu Ifrur, Beni Bugafar y Beni Sidel. Corresponde asimismo al nombre de la primera verdadera batalla librada en 1909 por los insurrectos rifeños, bajo el mando del jerife de Beni Bu Ifrur, Mohamed Amezian, que tuvo por teatro de operaciones las obras de construcción del ferrocarril destinado a permitir la exportación del mineral de hierro por el puerto de Melilla. Este proyecto no contaba con el apoyo del sultán ni con el consentimiento de las tribus de Guelaya, que lanzaban incesantes ataques hasta llegar incluso a interrumpir las obras en diversas ocasiones. Las repetidas escaramuzas de la guerrilla rifeña, que causaban cada vez decenas de víctimas, culminaron cerca del Barranco del Lobo en una batalla campal, con un ejército español compuesto por 17.000 hombres, en el que se registraron no menos de 2.235 bajas, de las cuales 358 fueron de muertos, entre ellos un general y numerosos oficiales de Estado Mayor. Lejos de cesar, los combates prosiguieron con refuerzos de tropas en el frente del Kert, que se soldaron de nuevo con 1.538 bajas en las filas del ejército español, de las cuales 414 fueron mortales, hasta la muerte en combate del jerife Amezian el 15 de mayo de 1912.
Como señala María Rosa de Madariaga “A partir de 1909 el movimiento de resistencia a la ocupación colonial toma nueva dimensión. Tras la instalación de las empresas mineras en el Rif, a los llamamientos tradicionales al yihad contra el invasor cristiano se sumó la lucha contra la explotación de las riquezas mineras del país por extranjeros. El movimiento de resistencia de Mohamed Amezian representa la transición entre el yihad tradicional de defensa del territorio y el paso a otra etapa de la lucha anticolonial, aunque ésta siguiera expresándose en términos de yihad. El jerife Mohamed Amezian sigue vivo en las memorias de las nuevas generaciones del Rif como un antecesor de Abd-el-Krim el Jatabi” (página 79).
Los que sufren la guerra son siempre los pobres
El libro, que pinta un cuadro descarnado de las rivalidades entre jefes militares, muestra hasta qué punto las guerras de Marruecos, impuestas por la burguesía de negocios, eran soportadas casi exclusivamente por los pobres, ya que los ricos se las arreglaban siempre para quedar exentos del servicio militar mediante el pago, dentro de la más estricta legalidad, de una suma de dinero al Estado. El libro desmenuza después las posiciones de los diferentes partidos políticos frente a las guerras de Marruecos, incluidas las campañas de denuncia organizadas con tal fin, desde principios del siglo XX hasta la rendición de Abd-el-Krim en 1926.
El carácter impopular de estas guerras se advierte claramente tanto en los debates parlamentarios, como en los artículos de prensa o en las numerosas deserciones de los soldados del contingente (del orden de un 20% de los llamados a filas), que llegaban a veces hasta el motín.
Del otro lado, es llamativo el contraste con la fuerte motivación de los resistentes rifeños, que, para empezar se mueven en un terreno perfectamente controlado tanto a nivel de los accidentes del relieve como de la localización de los puntos de agua. Y, sobre todo, confortados por la vasta adhesión de las cabilas a los movimientos de resistencia, a los que no tardaron en adherirse las fuerzas enroladas en los Regulares, que a la menor ocasión abandonaban el ejército colonial llevando consigo armas, municiones y conocimientos técnicos en la materia.
En 1924, la desproporción entre las fuerzas enfrentadas resulta sorprendente. De un lado, un ejército compuesto por más de 150.000 hombres, dotado de un importante potencial bélico terrestre y naval, así como de una cobertura aérea, y ayudado por las fuerzas auxiliares indígenas, aunque poco fiables, sin olvidar el apoyo de la artillería y la aviación francesas en el flanco sur.
En el campo adverso, 10.000 combatientes dispersos en tres frentes, uno de ellos para combatir al ejército francés, que se escurrían en la naturaleza aprovechando la evolución de la situación. Para unos, la aviación, la artillería y, por primera vez en un conflicto armado, tanques, a los que la resistencia no tardó en poner fuera de combate; para los otros, la sobriedad, la astucia, las armas ligeras, siendo el resto obra de la fuerte motivación.
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La sociedad rifeña
Con el foco puesto hacia el Sur, el libro traza más que un esbozo de la historia del Rif y describe a grandes rasgos la realidad histórica de la sociedad tribal rifeña a principios del pasado siglo. Para situarse mejor en el contexto histórico de la intervención colonial en Marruecos, la autora presenta algunas características de la sociedad tribal rifeña, que sigue siendo en general poco conocida. Piensa que las teorías sobre la sociedad berebere expuestas por Robert Montagne en su obra Les Berbères et le Makhzen dans le Sud du Maroc, publicada en 1930, no se aplican a la realidad de las poblaciones del Rif. A éstas prefiere los trabajos del antropólogo estadounidense David Montgomery Hart y del antiguo interventor militar en el Rif central, Blanco Izaga, basadas en la tesis de la “segmentariedad”, que ofrece la ventaja de aclarar determinados aspectos fundamentales referentes al equilibrio de poderes en las relaciones y las luchas intertribales. Aunque admite que estas tesis no cuentan con el favor de los especialistas marroquíes, considera que “mientras no existan otras más convincentes que sirvan para comprender de manera más cabal el contexto sociopolítico rifeño en el que se desarrolló la acción colonial española, constituyen un buen “soporte antropológico” para el historiador” (página 85), por lo que se basará en ellas.
Así, según Blanco Izaga, la sociedad rifeña tradicional se estructuraba en varios niveles, que serían desde la base a la cima:
a) el hogar o familia nuclear (dadart);
b) el “ramo ascendente” que corresponde a la familia ampliada (yaigu);
c) el “grupo familiar” (“tarfiqt”) correspondiente al linaje patrilineal;
d) la “yema’a”, compuesta de varios “tarfiqîn” (plural de “tarfiqt”);
e) la “fracción” o asociación de “yema’a-s” vecinas;
f) la tribu (taqbitsh) que constituye el nivel superior de asociación de “fracciones”.
Estas estructuras representan, a partir de la “yema’a”, entidades territoriales. La “yema’a” se refiere a la noción de comunidad local bien determinada, y constituye asimismo la asamblea o la reunión de los representantes de esa comunidad, a la que se aplica el derecho consuetudinario.
Mientras que la “yema’a” carece de jefe, el “tarfiqt” (linaje patrilineal) tiene por jefe un “amgar” (notable), designado siguiendo un sistema de rotación entre los jefes de los distintos linajes.
“En una sociedad como la rifeña, en la que las luchas entre fracciones de una tribu o con otras tribus formaban parte inherente del sistema, las decisiones tomadas a nivel colectivo revestían particular importancia cuando estaban relacionadas con la guerra” (página 89). Estas reuniones de los hombres adultos de una fracción, “capacitados para defender sus opiniones mediante el uso de las armas”, eran llamadas “agrau” y entre sus atribuciones figuraba la de poder declarar la guerra.
“Los “leffs” o sistemas de alianzas de fracciones a nivel tribal o intertribal, que constituían un elemento fundamental de la sociedad tribal rifeña, “se formaban cuando se rompían las normas de coexistencia o surgía el peligro de que algún individuo o grupo adquiriera más preponderancia dentro de la unidad social, amenazando así el equilibrio” (página 90). El equilibrio podía restablecerse, recurriendo incluso a la alianza con fracciones de tribus vecinas. Los “leffs” del Rif se asemejaban más a una serie de círculos concéntricos “entrelazados”, que estructuraban así una “anarquía organizada”. Esta forma de “siba”, que los rifeños designaban con el término “ripublik” era el “gobierno tribal basado en las instituciones político-sociales tradicionales”, antes descritas.
La personalidad de Abd-el-Krim
La autora se detiene particularmente en la personalidad emblemática de Abd-el-Krim, desde que aún creía, cuando colaboraba con España de 1907 a 1915 como cronista en El Telegrama del Rif, y, luego, como cadí en Melilla, en los beneficios de la ayuda europea, y, en particular, de España, “para sacar a Marruecos de su atraso y elevar el nivel económico y cultural del país” (página 356), hasta convertirse en el jefe indiscutible de la resistencia armada rifeña.
En 1915, la entrada en liza en la escena internacional de la Turquía moderna pronto suscitó la simpatía de la élite intelectual rifeña, de la que Abd-el-Krim y su padre eran eminentes representantes.
La política colonial de “la zanahoria” (pensión para el padre, que terminó más tarde por rechazar) y “del palo” (encarcelamiento del hijo en 1915), las exacciones de la Policía Indígena y, sobre todo, la política belicosa del general Silvestre terminaron por convencer a Abd-el-Krim de la futilidad de la tesis de un entendimiento amistoso en el marco de un Protectorado que respetase la personalidad rifeña y encontrase su justificación en una mejora del nivel del país.
El libro abunda en detalles sobre las diferentes batallas libradas por los partidarios de Abd-el-Krim en Abarrán, con la defección de la harka auxiliar reclutada entre los Temsamán, que pasó a engrosar las filas de la resistencia, y, luego, Igueriben, Annual, Monte Arruit. Al abrir nuevos frentes en el oeste, en Yebala y Gomara, en dirección a Xauen, las posiciones militares van cayendo unas tras otras.
En relación con la toma de Beni Rzin, el libro contiene un testimonio de primer orden, con la publicación del facsímil, reproducido aquí, de una carta manuscrita dirigida por Abd-el-Krim a su compañero de armas, Azerkán, procedente de los archivos del Ministerio francés de Asuntos Exteriores. Esta carta, sin fecha, escrita por él a mano en español, lengua que parece dominar perfectamente, y que lleva su firma, fue sin duda redactada hacia el 20 de octubre de 1921, cuando Abd-el-Krim se encontraba en Beni Rzin, en la región de Gomara.
María Rosa de Madariaga señala con razón que Abd-el-Krim utiliza en su carta el término “moros” para designar a los marroquíes, un término que no parece que tuviera en la época, por lo menos en Abd-el-Krim, la connotación peyorativa que adquirió posteriormente.
En un próximo artículo volveremos a tratar del contenido particularmente rico y denso de esta obra que desmonta la mecánica puesta en marcha por el “partido de la guerra”, que se sirvió en dos ocasiones del trampolín de las guerras de Marruecos para someter a España a dictaduras militares, la última de las cuales sería tan larga y mortífera para los pueblos de España.
(18/01/05)