Planteada a comienzos de los noventa como respuesta a la necesidad de fomentar los intercambios y las conversaciones entre unos países (Marruecos, Argelia, Mauritania, Libia y Túnez) que acusaban un importante déficit de credibilidad y protagonismo en la escena internacional, la UMA (Unión del Magreb Árabe) constituyó más un propósito de voluntad que un compromiso hacia la unión auténtica. El fracaso del proceso bien puede atribuirse, en primer término, a la existencia de sensibilidades políticas muy diversas, a las diferentes coyunturas e intereses, a la debilidad de los flujos económicos y a la divergencia en las formas de entender cómo llevar a cabo el proceso, aún teniendo un objetivo perfilado. La unión de unas realidades tan mosaicales no se ha podido realizar con la eficacia deseada. Ello, junto a la excesiva dependencia que estos países acusan de la UE y los elevados índices de deuda externa complican el proceso. La UMA se encuentra bloqueada desde 1994, en buena parte, por las tensiones entre Marruecos y Argelia. En diciembre de 1995, el propio rey Hassán II pidió la paralización de las actividades por las críticas relaciones mantenidas con Argel. ¿El motivo? El conflicto del Sáhara Occidental, que siempre ha obstaculizado las relaciones entre las dos principales potencias de la región.
La creación de la UMA fue interpretada como una victoria por parte de Rabat, pues excluía a la RASD y prometía suavizar los contactos entre Argelia y el Frente POLISARIO, a favor de un mayor entendimiento regional. Argelia, por su parte, pretendía exactamente lo contrario. Esto es, que el planteamiento de la unidad magrebí sirviese a Marruecos para ceder paulatinamente su control sobre los territorios saharauis. Los más optimistas, que pensaban que la UMA contribuiría a resolver la cuestión y fomentar los contactos entre los gobiernos de Argel y Rabat no repararon en que precisamente era éste el problema de partida.
Las tensas relaciones entre Marruecos y Argelia han adquirido un peso esencial en todos los vaivenes que han obstaculizado el camino hacia la integración. Lejos de la normalización de las relaciones entre los países magrebíes, la UMA puso de manifiesto que ninguno de los Estados estaba dispuesto a ceder en intereses individuales en beneficio de una integración sólida y comprometida. Más aún, cuando el planteamiento de la UMA contemplaba precisamente que las decisiones serían acordadas entre los cinco jefes de Estado, lo que condicionaba cualquier tipo de avance a la coyuntura política del momento.
En 1999, la elección presidencial de Abdelaziz Buteflika en Argelia y el inicio del reinado de Mohamed VI en Marruecos hicieron plantear ciertas expectativas, poco después frustradas. El cambio esperado hacia un nuevo escenario de diálogo no se produjo. Más al contrario, las relaciones atravesaron desde entonces numerosos momentos críticos.
Una historia de encuentros y desencuentros diplomáticos
La tensión en las relaciones diplomáticas entre Marruecos y Argelia ha estado siempre presente y siempre ha tenido la cuestión del Sáhara como telón de fondo. Aunque es cierto que la convivencia histórica entre estos países ya resultó complicada. La principal diferencia radica, en primer lugar, en la existencia de dos sistemas políticos divergentes: una monarquía conservadora aliada de Occidente en Marruecos, y una república socialista árabe en el caso argelino. Por otro lado, ambos países han compartido un pasado de desacuerdos territoriales (la “guerra de las arenas”, en 1963), cruces de declaraciones mutuas por cuestiones fronterizas, o acusaciones infundadas que únicamente pretendían excusar una crítica situación interna. La tesis del “enemigo exterior” bien podría explicar buena parte de los sinsentidos de la política de ambos países que hacen orbitar la estabilidad en el Magreb en torno a un conflicto en situación de impasse. El fracaso en las políticas internas, o la falta de capacidad para gestionar la situación del país obliga a los líderes a canalizar el malestar social a través de la exaltación nacionalista. Así, por tanto, para Marruecos, Argelia se ha convertido en el mejor pretexto.
El 3 de abril de 2000, el presidente argelino asistía a la Cumbre de El Cairo entre la Unión Europea y África. Buteflika mantuvo un breve encuentro bilateral con Mohamed VI con el objetivo de dar un nuevo enfoque a sus relaciones, deterioradas desde hacía 25 años. Era la primera reunión entre los dirigentes de ambos países desde que en 1993 Hassán II y Liamín Zerual se entrevistaran en la frontera común gracias a la mediación del rey Fahd de Arabia Saudí. Desde entonces, los encuentros entre ambos líderes han estado caracterizados por una estrategia de tensión-distensión que ha tenido dos resultados visibles: de un lado, la no resolución del problema del Sáhara Occidental. De otro, y como consecuencia, las nulas posibilidades de éxito de cualquier proyecto de integración regional en el Magreb.
Buena prueba de la disparidad de posturas con respecto al Sáhara fue la acusación realizada por el representante de Marruecos en la ONU, Mohamed Benuna, en septiembre del pasado año en la que responsabilizaba a Argelia del bloqueo de la solución política en el contencioso del Sáhara Occidental, argumentando que Argelia "se ha comprometido desde 1973 a actuar en contra sistemáticamente del logro de la integridad territorial del Reino de Marruecos”. La respuesta de Argelia no tardó en llegar y consistió en acusar a Marruecos de haber perdido toda credibilidad en el contencioso del Sáhara Occidental, por medio de sus constantes tergiversaciones y de la política de aceptación-rechazo de los planes de paz de Naciones Unidas. Argelia argumentó que, con estas acusaciones, Marruecos sólo trataba de acallar problemas internos y encontrar una justificación al “fracaso diplomático” marroquí.
Este clima de tensión y distensión (por un lado, es evidente los choques de visiones en el conflicto del Sáhara, pero por otro también se reconoce la necesidad de un relativo entendimiento para construir un Magreb fortalecido) ha sido una constante en las relaciones entre ambos países. Mientras Marruecos acusa a Argelia de haber creado el conflicto del Sáhara Occidental para debilitarlo, restando legitimidad al movimiento nacionalista saharaui, y a su portavoz, el Frente POLISARIO, el propio Mohamed Benuna reconocía que Marruecos estaba “dispuesto a comprometerse para el debate con Argelia, con el objetivo de impedir bajo cualquier precio la inflamación de la región que promueva los conflictos fraticidas, y además a construir una cooperación en la que el Sáhara, bien sea oriental, central u occidental, sirva de vínculo de seguridad entre el norte y el sur del continente”.
Muchos han sido los motivos que hicieron a ambos países entrar en una dinámica de provocación-respuesta: el memorándum de Marruecos sobre el Sáhara que constituyó, en 2002, uno de los puntos más críticos de las relaciones, el cierre de la frontera común y las sucesivas cancelaciones de los encuentros multilaterales para fomentar la estabilidad regional en el Magreb, reflejo de la falta de entendimiento entre los gobiernos de Argel y Rabat.
El Memorándum de Marruecos sobre el Sáhara
En marzo de 2002, las relaciones entre Marruecos y Argelia atravesaron un período especialmente crítico. El motivo de las tensiones, en buena parte, era el Memorando entregado por Marruecos al secretario de Naciones Unidas, Kofi Annán, en el que, entre otros puntos, Rabat reiteraba su soberanía legítima sobre los territorios saharauis (“desde su independencia, la reivindicación legítima de las partes de su territorio y la cuestión de su integridad territorial han constituido una causa constante y omnipresente en las prioridades de la diplomacia marroquí (…) En 1975, el Tribunal dio a conocer su veredicto, reconociendo la existencia de lazos de pleitesía entre las diversas tribus del Sáhara y los Sultanes de Marruecos.”), aunque dejaba patente su voluntad de contribuir al entendimiento entre los países del Magreb (“Haciendo prueba de la preferencia de Marruecos respecto a una solución pacífica y su preocupación por preservar las relaciones de buena voluntad, y no comprometer las perspectivas y el futuro promisorio de la Unión del Mageb Árabe, ya el Rey Hassán II propuso, en 1981, durante la Cumbre de la OUA, la organización, en un marco africano, de un referéndum libre, bajo control internacional”).
La hostilidad manifestada hacia Argelia por la cuestión del Sáhara Occidental resultaba evidente: “La ONU que lleva más de una década en busca de una solución a la cuestión del Sahara, no ha escatimado ningún esfuerzo para poner fin a este artificial y forjado problema, creado por un país vecino (Argelia). Marruecos, por su parte, mostró e hizo prueba de un comportamiento positivo y una actitud constructiva con los planteamientos y resoluciones de las Naciones Unidas, para poner fin al conflicto en la región del Maghreb, cuyos pueblos aspiran a reforzar los mecanismos del agrupamiento regional (UMA), cuyas bases se sentaron en Marrakech, en febrero de 1989.Lamentablemente, pese a estos saludables esfuerzos, Argelia, no ha manifestado ninguna voluntad para ser partícipe de una solución política este innecesario litigio, cuyo objetivo final se reveló claramente, en el informe del Secretario General de las Naciones Unidas, del 19 de febrero de 2002, que menciona la opción argelina de partición del Sahara. Se trata de una descarada contribución a la solución de esta cuestión, que pone de relieve los verdaderos designios geopolíticos de Argelia, ayer latentes y hoy muy patentes.”
En la carta, Marruecos acusaba a Argelia de haber “creado al Frente POLISARIO” y apadrinado la creación de la “pseudorepública” de la RASD. Además, culpabilizaba al propio POLISARIO de haber bloqueado el Plan de Arreglo de 1991, “falseando el proceso de identificación”. Según el régimen de Rabat, la consideración por parte de Argelia de Marruecos como “potencia ocupante” del Sáhara es totalmente falsa, pues “la recuperación por Marruecos de su independencia, en 1956, no se tradujo en la recuperación inmediata de su territorio nacional”.
El Presidente de la República Saharaui, Mohamed Abdelaziz, respondió a estas declaraciones con una carta a Kofi Anan afirmando que la política de Marruecos, obstaculizando el proceso de paz, constituía “un paso hacia lo desconocido para toda la región”. Abdelaziz calificó el memorando marroquí como “un vergonzoso intento de desviar la atención de la comunidad internacional de la verdad, buscando un chivo expiatorio a su inaceptable política de obstrucción a los esfuerzos de las Naciones Unidas(…) Rabat intenta en vano culpar a uno de los observadores del proceso de paz (Argelia) en un claro intento de falsificar los hechos y la propia naturaleza del conflicto del Sáhara Occidental”.
Argelia, por su parte, contestó a las acusaciones de Marruecos puntualizando que la propuesta argelina era “poner el territorio del Sáhara bajo administración de la ONU antes de la celebración de un referéndum. Las autoridades argelinas rechazaron también la propuesta marroquí de negociar directamente con Marruecos el futuro del Sáhara.El temor al contagio integrista y la exigencia de visado
El 30 de junio de 2004, Marruecos anunció la supresión de la exigencia de visado para los ciudadanos argelinos. Era un tímido inicio a la apertura de su frontera común, cerrada desde el atentado de Marrakech. Sin embargo, la medida levantó todo tipo de suspicacias en Argelia. El gobierno argelino consideró que Rabat pretendía de este modo atraerse la simpatía de sus ciudadanos para lograr legitimación a las pretensiones marroquíes sobre el Sáhara Occidental. Sin embargo, a finales de abril de este mismo año, Argelia hizo lo propio y retiró la exigencia de visado.
Lo cierto es que el acuerdo de fronteras tenía la intención clara de Marruecos de impedir que se le identificase con la violencia integrista que padecía el vecino argelino. Como antes comentamos, Rabat ha intentado gestionar siempre con habilidad el factor de la estabilidad, articulando una imagen de baluarte contra el terrorismo capaz de satisfacer a los aliados occidentales, y lograr el apoyo en sus pretensiones sobre el Sáhara y otras cuestiones. El protagonismo religioso que ostenta el monarca marroquí y la integración en la Cámara de los islamistas moderados del Partido de Justicia y Desarrollo, junto con el bloqueo impuesto al Partido de Justicia y Caridad, conferían al régimen una situación de tranquilidad relativamente garantizada.
El problema surge con la aparición, desde finales de los noventa, de un mosaico de grupos violentos, algunos de tendencia radical, que han impactado con intensidad en la imagen que Marruecos pretende ofrecer. La tesis del “enemigo exterior”, que Rabat ha hecho valer en diversas ocasiones, constituye el eje central en las deterioradas relaciones con Argelia. Al culpabilizar directamente del atentado al hotel Atlas- Asni a una “conexión exterior”, Marruecos estaba responsabilizando a Argel de la falta de control fronterizo que había permitido entrar en el país a los terroristas, según el régimen de Rabat, previo paso por los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf. Aunque posteriormente se demostró que esta teoría era infundada, permitió a Marruecos ganar tiempo en el mantenimiento de su imagen de “baluarte” contra la violencia islamista y perpetuar la de Argelia como país “productor” de terrorismo interior.
Las penúltimas provocaciones
La XVII Cumbre de la Liga Árabe tenía lugar los días 22 y 23 de marzo de 2005. La ocasión constituía la primera visita oficial de Mohamed VI a Argelia desde su llegada al trono, en 1999. El encuentro de Mohamed VI y el presidente argelino Buteflika, quienes se entrevistaron al margen de la cumbre, pretendía constituir un paso para el relanzamiento de la UMA. El rey de Marruecos anunció entonces su apuesta por “una unión magrebí fuerte que sea la base de unidad de los pueblos árabes y que permita a los países adquirir peso tanto en el entorno euromediterráneo y africano como en la escena internacional”
La Cumbre permitió plantear una aparente voluntad de resolver el enquistado problema histórico entre Argelia y Marruecos. Mohamed VI se refería a la relación entre ambos países, afirmando: “aprovecho esta ocasión para renovar la expresión de mi orgullo por los lazos de fraternidad inmutables que nos unen, como a nuestros dos pueblos, implorando al Altísimo que nos ayude a cumplir sus aspiraciones de un futuro prometedor hecho de complementariedad y de integración”.
El rey alauí eludió pronunciarse sobre la cuestión del Sáhara Occidental. Desde el gobierno argelino, se anunció que este problema no debería entorpecer los esfuerzos para el restablecimiento de la unión magrebí. El clima de entendimiento, por tanto, era patente. Más aún, con el anuncio de la celebración en Libia de la que sería la primera Cumbre de la UMA, desde su cancelación en 1994. La reunión estaba prevista para el 25 de mayo. Sin embargo, poco después de la reunión de Argel, Abdelaziz Buteflika inició una gira por Latinoamérica, en la que comparó el problema de los saharauis con el de la población palestina. El repetido discurso del presidente argelino irritó profundamente al régimen marroquí. La ruptura de las restablecidas conversaciones llegó cuatro días antes de la esperada Cumbre de Libia. Entonces, coincidiendo con el 32 aniversario del Frente POLISARIO, el presidente Buteflika anunció que acudiría a este encuentro “sin renegar de los principios” de su apoyo al Frente. En su discurso, Buteflika reiteraba el apoyo argelino a la causa saharaui:
“En mi propio nombre y en nombre del pueblo argelino, quisiera felicitaros, y a través de Su Excelencia al conjunto del pueblo saharaui hermano, con motivo del 32 aniversario de la creación del Frente Polisario, ese Frente que asumió en circunstancias críticas e imperiosas la defensa del derecho del pueblo saharaui a determinar por sí mismo su porvenir, ejercer su soberanía sobre sus territorios y vivir en libertad, dignidad y paz junto a todos los pueblos del Gran Magreb Árabe. La próxima reunión de la Unión del Magreb Árabe (UMA) constituirá un acontecimiento cuya importancia será igual a la que supuso la creación de la UMA en 1987. Argelia está decidida a trabajar por la edificación de una Unión fuerte para servir a los intereses del conjunto de los pueblos de la región, sin desprenderse de sus principios, especialmente en lo que se refiere a daros nuestro apoyo en cuanto movimiento de liberación reconocido en los foros internacionales, y en primer lugar la ONU y su Consejo de Seguridad.”
El malestar expresado por Marruecos obligó al Ministro de Exteriores argelino, Mohamed Benaissa, a afirmar que el Sáhara no constituía un tema de la agenda y que su participación en la Cumbre no significaría en ningún caso un distanciamiento de las tesis del POLISARIO. Ciertos autores sostienen que, con este mensaje, el jefe de Estado argelino era consciente de que se podría entorpecer el relanzamiento de la UMA. ¿Por qué entonces la insistencia de Argelia en demostrar su apoyo al pueblo saharaui? Posiblemente, por la insistente disposición del Frente POLISARIO a romper con el alto el fuego del 91 y a retomar las armas para exigir una urgente solución al conflicto. Y el temor de Buteflika a que se reanude un clima bélico en la zona.
El resultado de estas actuaciones fue el esperado: la renuncia de Mohamed VI a acudir a la Cumbre de Trípoli, y su posterior suspensión. La prensa argelina culpó al rey marroquí de intentar instrumentalizar las declaraciones de Buteflika para excusar su desinterés en la unión magrebí. Por su parte, desde Marruecos, se atribuía directamente a Argelia la responsabilidad de paralizar el proceso, referenciando una cuestión, la saharaui, que, según Rabat, debería ser tratada desde Naciones Unidas. El ministro de Exteriores marroquí, Mohamed Benaissa, afirmaba que las declaraciones de Argelia estaban en “perfecto desacuerdo con el espíritu constructivo que debería reinar en la reunión” y que el momento era inoportuno, pues implicaba a “una prometedora cumbre para relanzar la Unión del Magreb Árabe”. La cancelación de una Cumbre de la UMA no era un asunto nuevo. Ya en 2003, tras la celebración de la cumbre 5+5 de la Unión Europea y el Magreb (España, Francia, Portugal, Italia y Malta, por un lado, y Argelia, Marruecos, Mauritania, Túnez y Libia, por otro) se planteó la necesidad de convocar una reunión de la Unión del Magreb Árabe. Sin embargo, el ministro de Exteriores argelino, Abdelaziz Beljadem, canceló, el mismo día que debía celebrarse, la cumbre, después de que Mohamed VI “declinara participar en ella mientras sus vecinos no reconocieran la integridad territorial de Marruecos”.
No obstante, y a pesar de la suspensión de la Cumbre de Trípoli, ya durante la XVII Cumbre de la Liga Árabe se había previsto una visita oficial del primer ministro argelino Ahmed Uyahia a Marruecos. El encuentro debería celebrarse el 21 de junio. Sin embargo, fue finalmente suspendido desde Rabat por considerarlo “inoportuno” en el contexto de las relaciones entre los dos países. En un comunicado emitido por el Ministerio de Exteriores se afirmaba que las actuaciones de Argel iban contra “los objetivos de normalización bilateral, de acercamiento entre los dos pueblos hermanos y de relanzamiento efectivo de la Unión del Magreb Árabe”, y cuestionaba “los compromisos bilaterales, adoptados al más alto nivel, de obrar por el desarrollo de las relaciones bilaterales y magrebíes, dejando a cargo de las Naciones Unidas la búsqueda de una solución política y definitiva al contencioso del Sáhara”. Además, condicionaba la posibilidad del entendimiento entre ambos países “a una posición coherente argelina y una clarificación de las intenciones reales, actuales y futuras de Argelia en cuanto a sus relaciones con Marruecos y respecto a la edificación magrebí”
Las posibilidades de diálogo y de integración en beneficio de una región con enormes potencialidades para participar con éxito en los escenarios internacionales permanecen estancadas. Más allá de las pretensiones particulares, los países magrebíes deberían hacer un ejercicio de “olvido diplomático” para potenciar la estabilidad horizontal. Comenzando por las relaciones entre sus dos potencias, Marruecos y Argelia, en definitiva, los verdaderos motores del proceso. A pesar de que sí se han producido ciertos motivos para la esperanza- la retirada mutua de la exigencia del visado, la tímida reapertura de fronteras, las conversaciones mantenidas entre sus líderes políticos- el tiempo sigue demostrando que ambos países practican más una estrategia de gestos que de hechos. Y ello nos lleva, inevitablemente, a una situación de impasse que seguirá hipotecando el futuro del Magreb.
(14/02/06)