"Democracia, derechos humanos y desarrollo sostenible son inseparables". Es en torno a esta verdad que la keniata Waagari Maathai, Premio Nobel de la Paz 2004, construyó su discurso en la entrega del premio que se le otorgó.
Es una trinidad sin florituras. Definitiva. No hay desarrollo sin democracia verdadera y sin respeto de los derechos humanos. Trinidad, tres condiciones inseparables. El mundo en torno ella le da mil de veces razón y como lo había recordado una bonita pluma, no hace mucho tiempo, estas tres condiciones son "obligatorias porque necesarias". El Majzen declara hasta el ensordecimiento que ambiciona el desarrollo. El deseo es encomiable y puede, al límite, incluso suponerse sincero. ¿Pero podrá llegar un día a este objetivo sin aceptar una verdadera democracia y sin respeto riguroso de los derechos humanos?
La cuestión puede plantearse de forma diferente. ¿El Majzen es solamente compatible con una verdadera democracia y un verdadero respeto de los derechos humanos? Es capaz de generar un día esta Trinidad: ¿democracia, derechos humanos, desarrollo? La respuesta pasa inevitablemente por el conocimiento de la naturaleza misma de este sistema de poder que domina desde hace tiempo el país. Ya que es la naturaleza del Majzen, como sistema de Gobierno, la que hay que analizar objetivamente para saber si es compatible con la promoción de un desarrollo sostenible siendo al mismo tiempo capaz de coexistir con una democracia y de respetar los derechos humanos.
la posesión del poder
El Majzen como sistema de Gobierno existe desde hace tiempo puesto que se inició a partir del siglo XI con los Almoravides y los Almohades. Es por otra parte debido a sus excesos intolerables que se rechazó por las poblaciones, lo que implicó el final del reino Almoravide y la llegada de los Almohades que no tuvieron muchas dificultades para sustituirlos. El Sultán Abdelmoumen puede ser considerado por otra parte como el gran organizador del sistema. Manifestó un gran interés e hizo un instrumento de poder eficaz donde ni la burocracia, la meritocracia y el elitismo estaban ausentes. El sistema se hundió cuando estos factores alcanzaron sus límites (Raoud Al Kirtass, Ibn Abi Zar, Rabat, éd 1999).
El sistema de Majzen fue reanudado más tarde por los Merinidas perfeccionado y burocratizado, habida cuenta de la experiencia adquirida con el contacto de los Andalusíes y el empleo de los empleados venidos de los reinos de Córdoba, Sevilla o Granada.
Con los Saadíes y Alauitas, el Majzen designó en adelante un sistema de poder central con un Sultán a la cabeza, los visires, un ejército, una burocracia y una serie de personas y de familias que representan a la autoridad en todas las capas de la sociedad. El Protectorado fundamentó bastante convenientemente su predominio sobre este sistema en cuanto tomó posesión del poder central, sometiendo la cabeza.
Después de la Independencia y durante la segunda mitad del siglo XX siglo, el término Majzen desaparece del uso administrativo, en particular, a causa de sus compromisos con las autoridades coloniales (represión de las poblaciones, corrupción, injusticia, traición, aceptación del exilio de rey legítimo…) Pero, persiste en los campos sociopolítico para designar el poder existente. Designa a la vez el poder central, el Gobierno, la administración, el Ministerio de Interior y sus servicios administrativos. Designa también un estilo y una práctica de Gobierno.
Una práctica bastante negativa en realidad porque sugiere la violencia, el autoritarismo, el arbitrario y la represión. Al mismo tiempo, el sistema sigue estando vinculado al imaginario colectivo. Es seguramente por esta razón que aunque ya se remonta cerca de a doce siglos, sigue siendo a veces imperceptible para varios autores extranjeros, por otra parte grandes y muy perspicaces eruditos. La palabra Majzen constituye para ellos un gran tema de polémica y sigue sugiriendo muy distintas definiciones (Maria Angustias, Parejo: El cansancio en las élites politicas marroquíes, Madrid 1999).
Sin embargo, las definiciones del Majzen se unen en la parte fundamental en la medida en que se basan en dos grandes enfoques del Estado: el enfoque oficial y el enfoque pluralista. En el enfoque oficial, es el Estado que produce a la sociedad y la domina. En el segundo, el Estado es al contrario un producto de la sociedad.
En el caso marroquí, desde la llegada de las primeras dinastías, es la primera configuración que precede. El Majzen y sus hombres dominan a la sociedad porque extraen su fuerza del ejercicio del poder. Producidos por él, sus hombres dominantes participan también en su reproducción. Terminan por crear a un Estado del que sacan provecho legitimándolo por la necesidad de preservar su unidad y su utilidad. El Estado majzeniano se convierte pues en una construcción en la cual la sociedad desempeña un papel marginal.
El Majzen pasa a ser entonces (lo que es aún hoy) un sistema de Gobierno y ejercicio del poder cuyos elementos constitutivos se organizan en torno a un número reducido de individuos y familias jerarquizadas, no competitivas, obligatorias y en cualquier caso creadas por el propio Estado. Entonces está garantizado un monopolio de representación, invertido por el poder central a cambio de algunos controles sobre su propia selección y la selección de sus líderes. Este método se adapta incluso hoy con la organización de algunas elecciones políticas o socio-profesionales. Pero lo más importante es que el Majzen, poder central, permanece como y responsable encargado de la obra. En particular, en la elección de los representantes de los intereses particulares y del interés general.
El encargado de la reproducción de las élites políticas, administrativas y económicas.
Ciertamente, Marruecos no tiene obviamente la exclusividad de este modelo. Con los matices de uso, existe en todos los países autoritarios y en todas las autocracias. Estos últimos años por otra parte casi todos, como aquí, han conocido una dosis de apertura. En realidad, este modelo caracterizó también a los Estados de la Europa del Antiguo Régimen, hasta que desde Weber, Durkheim o Hegel el modelo cambió completamente de naturaleza. Los modelos democráticos de Europa son Estados que son producto de su sociedad más que el revés.
En resumen, contrariamente a estos sistemas democráticos que se modernizaron, los péndulos de la evolución política marroquí se han detenido, solidificada sobre este modelo autocrático. Y eso explica porqué es difícil admitir que el sistema majzeniano actual sea capaz de construir esta trinidad "necesaria y obligatoria" de la democracia, del respeto de los derechos humanos y del desarrollo sostenible.
Los partidos políticos, según el caso, están en condiciones de reformar el sistema desde el interior. La reciente historia pone de manifiesto con todo que el sistema majzeniano siempre ha resultado más fuerte y que terminó por fagocitarlos. La última experiencia es suficientemente concluyente con la participación del P.P.S. y el USFP. Sin realizar el menor objetivo político en beneficio de la sociedad, s les ha costado perder de su autonomía y su credibilidad. A menudo se han transformado en sujetos pasivos y en voceadores públicos. Normal, el sistema necesita más criados que de socios autónomos.
La cuestión de la participación de las élites es más delicada. En consideración suya, sería injusto generalizar. Su estatuto es el lugar incluso de la casuística, aunque algunas tendencias pueden comprobarse. Reservemos el caso de los que se repugnan a entrar o que, sirviendo al mismo tiempo al sistema, realizan honradamente sus tareas e intentan salvaguardar su libre arbitrio y su autonomía. Aquellos son la excepción seguramente y no constituyen la categoría preferida del sistema.
Los otros, en casi totalidad, tienen por única ambición estar a los órdenes para servirse y aprovecharse de las ventajas de la proximidad del poder. Se descubre una formidable capacidad de adaptación y disfrute. Pasan a ser flexibles, planos, cortesanos, calculadores, domesticados, y sin vacilar devuelven puntualmente sus chaquetas. Para aquellos, es como si no hubiera vida fuera del Majzen. Solo tienen un temor: dejar de aprovecharse de las ventajas del puesto.
La moral de la fábula que Jean de la Fontaine expresó en "el perro y el lobo" está aquí presente implacablemente. El perro encuentra normal ser el perro de su amo; el lobo se niega a renunciar a su libertad. Duro para un lobo domesticarse, pero más duro para el perro emanciparse.
Mohamed Larbi Ben Othman
(L´Economiste, 08/05/05)