Pese a todos los logros realizados por España y Marruecos durante las dos últimas décadas para reforzar el entramado de sus intereses estratégicos y crear una complementariedad entre sus economías, uno de los mayores factores de conflicto en las relaciones hispano-marroquíes consiste en la persistencia del contencioso de Ceuta y Melilla y la ausencia de una solución definitiva a la cuestión del Sáhara. En lo que se refiere a la cuestión de Ceuta y Melilla, la negativa de los dirigentes españoles de negociar su futuro con Marruecos sigue abocando todo esfuerzo de acercamiento entre los dos países al fracaso. Para poner fin a esta querella que sigue condicionando sus relaciones, los dos países son llamados a ponerse de acuerdo para imaginar una solución equitativa que salvaguarde sus intereses y sus derechos respectivos.
En lo que concierne la cuestión del Sáhara, es ya tiempo de que el gobierno español adopte una posición más clara y que apoye los esfuerzos de los dirigentes marroquíes para encontrarle una solución definitiva. Si el gobierno español tiene una verdadera voluntad de dar un salto cualitativo a sus relaciones con Marruecos, debería desplegar más esfuerzos en esta dirección y abstenerse de bloquear toda iniciativa susceptible de traer una solución favorable a los intereses y los derechos de Marruecos. No es la actitud ambigüa adoptada sobre esta cuestión por los diferentes gobiernos españoles que permitirá a los dos países construir una nueva era en sus relaciones. Pese a todos los esfuerzos que podrían ser hechos para llegar a esta meta, la ausencia de una solución definitiva a esta cuestión y la renuencia del gobierno español de apoyar resueltamente la posición marroquí quedarán como el principal factor de fricciones en las relaciones entre los dos países.
Contrariamente a lo que dicen algunos autores españoles, tales como Carlos Ruiz Miguel y Ángel Pérez, no es la naturaleza del régimen marroquí, que sigue ensombreciendo el futuro de las relaciones entre los dos países, sino más bien, la persistencia de estos contenciosos. Los autores que defienden esa tesis deberían preguntarse por qué el mismo régimen, que tildan de dictatorial, mantiene relaciones sólidas y privilegiadas con Francia desde hace más de medio siglo. Sin duda alguna, si Marruecos hubiera tenido los mismos contenciosos con Francia, sus relaciones con ésta habrían sido marcadas por la tensión y la conflictividad. De su lado, el gobierno marroquí debería esforzarse más para instaurar una atmósfera de confianza y de diálogo con sus vecinos españoles, pues, es del interés de Marruecos que sus relaciones con España sean fluidas y marcadas por un espíritu de fraternidad y de cooperación. Por lo cual, debería tratar de limitar el impacto de sus diferendos territoriales sobre sus relaciones globales con el gobierno español.
Las dos otras cuestiones que no dejan de tensar las relaciones entre los dos países consisten en la emigración y la pesca. En lo que hace a la primera cuestión, pese a todas las medidas adoptadas por los dirigentes españoles desde principios de los años noventa para parar los flujos de la emigración clandestina procedentes de Marruecos, la colonia marroquí se ha convertido en espacio de una década en la primera colonia de inmigrantes en España. Este incremento del número de inmigrantes marroquíes en este país muestra que la política del cierre de las fronteras a cal y canto adoptada hasta ahora por los gobiernos españoles no es la más idónea para tratar esta cuestión.
Mientras haya pobreza al otro lado del Estrecho y que la economía sumergida siga prosperando en España, los flujos de la inmigración clandestina seguirán seguramente llegando masivamente a las costas españoles. No se puede luchar contra esta llaga mientras un sector importante de la economía española recurre a los inmigrantes en situación irregular. Luchar contra la inmigración clandestina supone ante todo acosar a todos los empresarios sin escrúpulos que explotan esta categoría de inmigrantes. Por lo cual, los dirigentes españoles deberían aportar soluciones más realistas y más adaptadas a las necesidades de la economía española en mano de obra extranjera. Habida cuenta de que ciertos sectores de dicha economía necesitan cada vez más brazos, los responsables españoles deberían dar la posibilidad a un mayor número de marroquíes deseosos de emigrar de afincarse legalmente en España y dejar de dar la prioridad a los candidatos de otros países como Rumania, Polonia o Ecuador. De su lado, el gobierno marroquí debería mostrarse más cooperativo con su homólogo español para luchar contra esta llaga y evitar que toda sospecha sea emitida sobre su voluntad de acosar a las mafias de la emigración clandestina. Es sólo aunando sus esfuerzos en este ámbito como los dos países podrán limitar el impacto de esta cuestión sobre sus relaciones..
El mismo espíritu de cooperación debería aplicarse a la cuestión de la pesca. Teniendo en cuanta la importancia de este sector en la economía de ciertas regiones españolas, sobre todo en el sur, sería deseable que los marroquíes hicieran un gesto de buena voluntad hacia el gobierno español mostrándose favorables a un retorno limitado de los barcos españoles a los caladeros marroquíes. La permisión dada por el Soberano marroquí a los pescadores españoles a raíz de la catástrofe del Prestige para faenar en éstas no puede ser sino encomiable. Gestos como éste son los que pueden instalar la confianza entre los responsables de los dos países y permitirles consolidar sus relaciones.
Este objetivo puede ser alcanzado sobre todo si los dos países dan más consistencia a su cooperación económica y cultural. En el plano económico, uno de los logros realizados por los dos países consiste en la inmunización de sus intercambios económicos contra toda tensión relacionada con sus diferendos territoriales. Este hecho ha sido confirmado durante la crisis de 2002, en la medida en que dichos intercambios siguieron incrementándose a pesar de la tensión política que existía entre los gobiernos de los dos países. Dicho esto, el punto flaco de de las relaciones económicas entre España y Marruecos consiste en la escasez de las inversiones españolas en la economía marroquí. Pese a las declaraciones de los responsables españoles que subrayan la importancia que representa para España un Marruecos económicamente estable, éste sigue ocupando un lugar marginal entre los países destinatarios de los flujos financieros españoles.
Teniendo en cuanta la importancia de las inversiones extranjeras en la creación de empleos, sobre todo en un país como Marruecos donde la tasa de desempleo aumenta año tras año, el gobierno español está llamado a hacer más esfuerzos para incitar a los empresarios españoles a invertir en Marruecos. Además de su contribución al despegue de la economía marroquí, una política más decidida de inversiones españolas en este país podría traer como resultado inmediato la disminución la emigración marroquí hacia España y, por consiguiente, la disminución de la incidencia de esta cuestión sobre las relaciones hispano-marroquíes. Por otra parte, es cada vez más necesario que los dos vecinos consoliden su cooperación cultural. La inexistencia de una verdadera cooperación entre éstos durante más de dos décadas y la ausencia de una política española de proyección cultural en Marruecos han hecho perder a España la oportunidad de tener una influencia cultural sobre la élite marroquí y garantizar a la lengua española una cierta presencia en el sistema educativo marroquí.
El ámbito en el que los dirigentes españoles deberían hacer más esfuerzos consiste en la formación de la futura élite marroquí. En realidad, cuando observamos el número de estudiantes marroquíes que cursan sus estudios superiores en el extranjero, nos damos cuenta de que muy pocos son todavía los que eligen las universidades o las grandes escuelas españolas y que la mayoría tiene una preferencia por las universidades y las grandes escuelas francesas. Esta preferencia no es fortuita, es más bien el resultado de varios factores: facilidades administrativas para matricularse en las universidades francesas; concesión de becas del gobierno francés a los estudiantes sobresalientes, voluntad del Estado francés de mantener intacta su influencia cultural sobre la élite marroquí, etc. Por estas razones, la primera medida que los dirigentes españoles tendrán que tomar para atraer a más estudiantes marroquíes a las universidades españolas consiste en facilitar los trámites administrativos previos a toda inscripción en una universidad española, así como en concederles más becas y facilitarles la obtención del visado de estudios. Solamente la adopción de estas medidas podría permitir a España participar en la formación de la nueva élite marroquí y limitar el peso de los francófilos en las altas esferas de decisión del Estado marroquí.
Samir Bennis