España y el Rif. Crónica de una historia casi olvidada
María Rosa de Madariaga
Ciudad Autónoma de Melilla- UNED- Centro Asociado de Melilla, Melilla 2008
3ª edición, 597 páginas, 18 Euros.
ISBN 978-84-95110-60-2
España y el Rif. Crónica de una historia casi olvidada es el título del libro publicado por la historiadora María Rosa de Madariaga, revelador de una realidad ignorada en las dos orillas del Estrecho: la de una larga guerra colonial iniciada desde 1909 y que culminaría con el levantamiento generalizado de las poblaciones rifeñas durante los años 1921-1926. Para intentar comprender los motivos y las causas de un conflicto, la guerra del Rif, que las jóvenes generaciones ignoran completamente, la autora empieza, con pedagogía, por recordar el contexto histórico e internacional de finales del siglo XIX y principios del XX, cuando las potencias europeas se disputaban la conquista del continente africano so capa a veces de realizar allí una labor civilizadora.
La autora evoca, de otro lado, cómo siendo joven estudiante, oyó hablar por primera vez de la guerra del Rif en 1963, al leer el diario franquista ABC, que anunciaba la muerte de Mohamed ben Abd-el-Krim El Jattabi, acaecida en El Cairo el 6 de febrero de 1963. El retrato trazado por la prensa franquista era en aquel entonces muy peyorativo para el héroe rifeño. Pero ella, nacida en una familia progresista, supo la verdad de los acontecimientos de boca de su madre, quien, mediante un “atajo histórico”, no exento de sentido común, le había dicho que, si Abd-el-Krim hubiese ganado, España no habría conocido el franquismo. Su simpatía por la causa rifeña nació a partir de ese momento. Historiadora escrupulosa, desmenuzará los archivos para hacerles escupir todas las verdades, incluso las menos reconocidas, sin dejarse llevar por la menor complacencia. Ejercicio arduo para una militante antifranquista que reivindica además su parte del legado dejado en España por la civilización arábigo-islámica.
Un “atajo” sin historia
Cuando la autora se dio cuenta de la dificultad de la tarea a la que se enfrentaba fue en 1969, con ocasión de un periplo por el teatro de los acontecimientos para recoger entre los supervivientes testimonios de este episodio de las guerras coloniales. Le llamó entonces la atención el inmenso prestigio del que gozaba Abd-el-Krim en el Rif, presente en todas las memorias, no sólo entre los viejos que lo conocieron o combatieron a su lado, sino también entre los jóvenes que oyeron en sus casas hablar de él a sus padres o a sus abuelos. Su investigación sobre el terreno va a chocar con la dificultad que encontrará la historiadora de discernir entre los testimonios fiables y la ficción de una representación que marcó profundamente el imaginario popular. Los que emprendieron aquel recorrido por las montañas rifeñas quedaban siempre impresionados al descubrir el retrato de Abd-el-Krim colgado dentro de casuchas encaramadas en picos aislados en lo más profundo del Rif, sin vías de acceso, sin electricidad, sin ninguna huella de civilización, salvo ese retrato deslucido, testigo del fervor y del recuerdo agradecido de los habitantes de esta región. El amor que las gentes siguen profesando a Abd-el-Krim, señala la historiadora, contrasta con el silencio de los manuales escolares que no retendrán de la epopeya rifeña más que la revuelta de Abd-el-Krim “humillado por un bofetón del general Silvestre”, siendo que, como ella sostiene, una simple ojeada al calendario de la época habría bastado para establecer que cuando el general Fernández Silvestre llegó a Melilla en febrero de 1920, Abd-el-Krim había abandonado ya esta ciudad desde diciembre de 1918.
No, las verdaderas causas la autora las ha encontrado en la codicia suscitada por las riquezas mineras, reales o supuestas, del Rif, que explicaban las ambiciones de las grandes potencias. Hasta tal punto que Francia ni siquiera esperó a tratar con el poder central de un Estado que seguía siendo independiente, sino que se apresuró, desde 1904 a que Bu Hamara le hiciese una concesión por 99 años de la explotación de las minas de Beni Bu Ifrur, seguida por España, en 1907, en provecho de la Compañía Española de Minas del Rif. De 1914 a 1925 no se cuentan menos de 403 permisos de investigación que abarcaban el Rif central y oriental, 89 la región de Gomara, y 182 los sectores de Tetuán-Larache, aunque las explotaciones quedaron finalmente limitadas a los minerales de hierro, plomo y cinc. El libro consagra unas 123 páginas a desmenuzar detalladamente las pretensiones de las potencias industriales de la época, los intereses en juego, y las presiones y transacciones encaminadas al acaparamiento de las supuestas potencialidades del “nuevo El Dorado”.
Con la legitimidad de los sultanes
Convertidas en el blanco de los ataques repetidos de las tribus de Guelaya, las obras de construcción del ferrocarril para la exportación del mineral a partir del puerto de Melilla quedaban continuamente interrumpidas. En 1909, una serie de enfrentamientos acompañados de batallas formales como la del Barranco del Lobo causaron en las filas del ejército español más de 200 muertos, incluidos dos generales, y más de 2000 heridos. Representó un viraje en los enfrentamientos entre las tribus de Guelaya y el ejército español que registró en el Barranco del Lobo una primera derrota premonitoria de lo que sería la desbandada de Annual. Estas hostilidades originaron una crisis diplomática entre los dos países, caracterizada por la voluntad desesperada de Muley Hafid de salvaguardar la integridad territorial de Marruecos seriamente amenazada por el desembarco, estigmatizado por la diplomacia marroquí, de 60.000 soldados. Pero lo que debería prefigurar el levantamiento generalizado de 1921 fue el primer intento del jerife Mohamed Amezian de unificar las harkas de combatientes de las tribus de Guelaya y del Rif central, especialmente la de los Beni Urriaguel.
No queriendo que su papel quedase confinado al de espectador pasivo frente a las veleidades unificadoras, la autoridad militar española se las ingenió entonces para fomentar disensiones permanentes entre las tribus, recurriendo muy particularmente a prohibir las multas con las cuales se pagaban las deudas de sangre dentro de una misma tribu. Ello contribuyó a exacerbar las luchas intestinas entre tribus, entre fracciones e incluso entre individuos de un mismo clan. El caos organizado gracias a la complicidad de los notables amigos de España encargados de ejecutar sobre el terreno esta política no tardaría en volverse contra estos últimos desenmascarados por los partidarios del cadí Abd-el-Krim (padre del futuro jefe de la resistencia rifeña).
El antídoto de la presencia colonial fue la exacerbación del sentimiento nacional, y la superación de la pertenencia tribal llevaría muy pronto a los rifeños a tomar conciencia de su pertenencia nacional. Las tribus de Guelaya y de los Beni Urriaguel que habían combatido la disidencia de Bu Hamara, reconociendo así la autoridad de Muley Abd-el-Aziz, se adhirieron a Muley Hafid desde su entronización, confiando en el compromiso de este último de defender la independencia de Marruecos. Entretanto, las tribus que se habían movilizado bajo la dirección del jerife Amezian en la lucha contra la penetración extranjera no pudieron mantener su unidad, tras la muerte de este último en 1912. Solo sería seis años más tarde cuando, bajo el impulso del cadí Abd-el-Krim El Jattabi El Urriagli, se retomó la antorcha de la lucha. El cadí, que gozaba de una gran autoridad moral, había sido nombrado por el sultán Muley Hasán I y confirmado en su cargo por los sultanes Abd-el-Aziz y Muley Hafid. Su legitimidad le venía de la investidura que había recibido del poder central.
La proclamación escrita el 1º de febrero de 1922 de Abd-el-Krim como emir por once notables rifeños no es pues una sorpresa. No sólo por la filiación paterna, sino por las victorias obtenidas en el campo de batalla a partir de Annual. En el mismo registro y fiel a la tradición instaurada por el jerife Amezian y el cadí Abd-el-Krim en sus luchas contra los disidentes, Abd-el-Krim hijo capturaría al bandido Raisuni, quien desafiaba la autoridad sucesiva de tres sultanes desde hacía más de veinticinco años, y lo mantenía preso hasta su fallecimiento en abril de 1925.
Como indica pertinentemente María Rosa de Madariaga, la única autoridad superior que los rifeños habían conocido hasta entonces era la del sultán, por lo que no era de extrañar que estas mismas tribus asimilasen el poder “supratribal” que querían instaurar con el de un emir, tanto más cuanto que el choque creado por la firma del tratado de protectorado de 1912 descalificaba a cualquier autoridad que hubiese estampado su sello en dicho tratado.
Por otro lado, como recuerda Germain Ayache en sus Origines de la guerre du Rif, cuando se trataba de reclutar tropas los contingentes rifeños estaban siempre presentes en el frente y “aceptaban morir en defensa no sólo de su terruño sino también de todo Marruecos”. ¿Cómo, entonces, no comprender que las tribus rifeñas, que habían combatido a lo largo de todo el siglo XIX y principios del XX para conservar la independencia del país amenazado desde la guarnición de Melilla, no mostrasen su decepción al comprobar la impotencia del Majzén para ir en su ayuda, pese a las victorias logradas en 1909? Con la aceptación del tratado del Protectorado, esas tribus consideraban que ya no tenían interlocutores en Fez.
La República del Rif
En el informe titulado “La situación militar y política en Marruecos y las medidas que ésta exige”, dirigida el 20 de diciembre de 1924 a Edouard Herriot, presidente del consejo, el mariscal Lyautey afirmaba.: “El Estado rifeño existe desde ahora, con el nombre, es verdad, de “República rifeña”, pero con un jefe supremo que ejerce una verdadera dictadura, moderada, no obstante, por la vigilancia constante de un grupo de allegados fanáticos, resueltos a no admitir ningún compromiso y que manifiestan para el futuro de ese Estado ambiciones sin límites: Abd-el-Krim es considerado abiertamente como un sultán y el único sultán de Marruecos desde Abd-el-Aziz, dado que Muley Hafid vendió su país a Francia por el tratado del Protectorado y Muley Yusef es solo un fantoche en mis manos”.
En suma, ¡Abd-el-Krim sería el sultán de una república! Pero como pertinentemente señala María Rosa de Madariaga, el mariscal Lyautey especificaba bien que Abd-el-Krim era considerado como sultán, pero no que él mismo se considerase como tal, puesto que nunca reivindicó dicho título.
En1912, la firma del tratado del Protectorado y la desaparición en el campo de batalla del jerife Amezian, verdadero elemento de cohesión entre las tribus rifeñas, exacerbarían las luchas fratricidas atizadas bajo mano por el extranjero. Para designar este periodo convulso, los rifeños adoptaron el término “Republik”, pronunciado a la francesa como sostenía Germain Ayache en Les origines de la guerre du Rif.
María Rosa de Madariaga indica que la mayoría de los historiadores que abordaron el tema sostienen que la utilización por Abd-el-Krim del término “República” iba dirigido a las potencias europeas, particularmente Francia, con el propósito de influir en los medios occidentales, para los cuales, más allá de la terminología utilizada, el sistema político al que hace referencia encarnaba sobre todo los principios democráticos de una legitimidad popular. Los documentos que llevaban el membrete “Daulat al-yumhuriya ar-rifiya” estaban destinados al extranjero, concretamente a las potencias europeas y a la Sociedad de Naciones (SDN), mientras que los documentos para uso interno no llevaron nunca ese membrete.
Abd-el-Krim, como buen conocedor que era de las sutilezas de la política española, sabía que las organizaciones obreras y los partidos republicanos, enfrentados a la monarquía española, de la que dependía el mando militar, podían apoyar la causa rifeña dirigida por un movimiento popular que se presentaba con rostro moderno y democrático.
La proclamación de la República del Rif el 1 de julio de 1923, anunciada a la Sociedad de Naciones en un texto redactado en inglés, constituye un documento de carácter esencialmente jurídico con referencia a un gobierno que se expresaba en nombre del pueblo rifeño y aspiraba al reconocimiento internacional. La idea de un gobierno legal y la legitimidad del procedimiento a seguir para garantizar los derechos de un Estado en sus límites territoriales están allí implícitos. Como señala con razón María Rosa de Madariaga, es posible que ese Estado fuese una utopía, la de una élite de intelectuales modernistas, pero una utopía real sobre el terreno, con una administración civil y militar que funcionó durante más de cinco años.
La autora señala asimismo que el movimiento de los Jóvenes Turcos de Mustafá Kemal, que lideró la guerra de liberación nacional y sentó, luego, las bases de una nueva república el 1 de noviembre de 1922, no hay duda de que fascinó a los jóvenes musulmanes, animados al ver que una potencia musulmana resurgía de la nada después de siglos de decadencia. La edificación de un Estado moderno en un país musulmán era desde entonces, según ellos, posible.
Las fuertes convicciones modernistas de la élite rifeña no eran en absoluto de circunstancias, sino que estaban fuertemente ancladas en una visión prospectiva de la formación de un Estado dotado de todos los atributos de soberanía y que rompía definitivamente con el sistema tribal. Hasta el último instante, es decir, durante las negociaciones de paz a propósito del Rif, celebradas en Uxda, entre abril y mayo de 1926, poco antes de la rendición de Abd-el-Krim, los representantes rifeños se opusieron a la utilización del término “tribus”, prefiriendo la expresión “gobierno del Rif y poblaciones aliadas”.
Abd-el-Krim, hombre de diálogo
Mohamed ben Abd-el-Krim era un hombre de diálogo y de apertura, consciente de que las buenas relaciones con España no podían más que servir la causa del desarrollo del Rif y la modernización de las relaciones sociales por encima del marco tribal, caracterizado por conflictos atizados sobre todo por las potencias extranjeras. Creyó durante mucho tiempo en la misión civilizadora de Europa para sacar a.la rifeña de la miseria en la que se hallaba sumida, con hambrunas y epidemias cíclicas. Hizo incluso todo lo posible para evitar a su pueblo los desastres de la guerra, reiterando sin cesar sus advertencias contra cualquier tentación de ocupar militarmente el interior de las tierras rifeñas, advertencias que fueron consideradas más como fanfarronadas que como amenazas reales. Pese a la .oposición de las fuerzas democráticas españolas, el “partido de la guerra” terminaría por imponerse.
Incluso después del enfrentamiento de Abarran (1 de junio de 1921), Abd-el-Krim propuso al comandante militar de la base de Alhucemas un armisticio, a condición de que cesaran los bombardeos aéreos contra las poblaciones civiles y las injerencias españolas en la exacerbación de los conflictos intertribales. La respuesta redactada en términos insultantes para los Beni Urriagueles exigía como condición, emitida por el general Fernández Silvestre, la ocupación militar de su territorio. Humillación inaceptable, esta condición previa fue rechazada y las hostilidades se reanudaron a más y mejor con la toma de Igueriben que abría la vía a Annual.
Hubo que esperar las negociaciones sobre el intercambio de prisioneros y la llegada al poder en España de un gobierno liberal para que se instaurasen verdaderas conversaciones entre los beligerantes, gracias al impulso de un hombre de negocios y humanista vasco, Horacio de Echevarrieta, que supo comprender la importancia que daba Abd-el-Krim al desarrollo del Rif para poner fin al atraso y miseria de la población. Se barajaron proyectos como la construcción del puerto de Axdir, de vías férreas, de carreteras, la explotación de yacimientos mineros, etc., a condición de que los rifeños aceptasen la autoridad del Jalifa y el establecimiento del Protectorado, cláusulas que éstos rechazaron expresamente.
La respuesta dirigida el 23 de julio de 1923 por Azerkán, mensajero de la autoridad rifeña, a Ignacio Echevarrieta no admite ninguna ambigüedad: “Elogio mucho a Vd. por sus humanitarios y elevados deseos de cooperar en la prosperidad de este país, e insisto a rogarle otra vez que se convenza de que el Rif no se levanta obedeciendo a un instinto belicoso y simples ambiciones guerreras como opinan los que juzgan sin pensar, sino para defender justamente una causa sagrada que ningún hombre puede negar y desarrollarse libremente en la luz de una verdadera y sana civilización, pero siempre libre y amo de su voluntad”.
La apertura económica a Europa y a España en particular era reivindicada sinceramente, como atestiguan las numerosas insinuaciones lanzadas a la parte adversa, la cual, debido a la influencia preponderante del “partido de la guerra”, que no preveía otra alternativa que la del Protectorado y la ocupación militar, no supo aprovechar la ocasión de una cooperación mutuamente ventajosa como a la que invitaba Abd-el-Krim.
La autora se pregunta al final de su libro cómo habría evolucionado el sistema político establecido por Mohamed ben Abd-el-Krim si este último hubiera conseguido la victoria. ¿En qué se habría convertido en tiempos de paz? Si la historiadora confiesa con razón no saber cómo responder a preguntas que corresponden a futuribles, la razón exige que nos detengamos seriamente en este trozo de historia, que nuestra juventud sigue en gran medida ignorando, para sacar de él las enseñanzas que forjan la conciencia de los pueblos y los arma ideológicamente para rechazar la xenofobia y la intolerancia. La guerra del Rif era una guerra contra la ocupación militar extranjera, por el derecho al progreso y al desarrollo, sin coloración étnica y sin odio contra la civilización occidental.
Mourad Akalay
(10/10/08)