En esta región destacaban dos lugares diferentes: Ajdir y Charran.
Ajdir se encuentra al lado de una carretera, pero las mujeres se encuentran incomunicadas justo al lado de ‘la comunicación’. Solamente se dedican a trabajar en casa, no salen y tienen tan asimilado que es malo mirar por la ventana que no lo hacen y reproducen la misma actitud con sus hijas.
En Ajdir, la mayoría de los hombres emigran pero llegan al pueblo cada nueve meses, dejan embarazadas a sus mujeres y regresan. Se quedan definitivamente cuando se jubilan. Ellas son vigiladas por quienes las rodean pero tienen tan incorporada la opresión que ya no necesitan ese control. El dinero que envían sus maridos, padres o hermanos para comer no lo reciben directamente sino a través de uno de los hombres de la familia.
En Charrán, un lugar incomunicado, las mujeres trabajan dentro y fuera de casa: hacen las labores domésticas, buscan el agua y la comida para el ganado, y mientras el tiempo cubre sus manos de arrugas y huellas tan profundas como la ausencia de risas en sus miradas, los hombres van al supermercado a comprar lo que hace falta y el resto del tiempo fuman y descansan.
Con la migración se produce otro fenómeno que nada tiene que ver con el amor o el derecho a las mismas oportunidades entre hombres y mujeres. Ellos esperan al padre de alguna de las muchachas del pueblo, que se encuentra en el extranjero, para pedir la mano y así obtener sus papeles y marcharse fuera de Marruecos, y reproducir el mismo esquema de familia y deberes en otras tierras.
El panorama de las mujeres en Marruecos es como el arco iris resbaladizo y sólo se ve cuando se juntan dos fenómenos totalmente opuestos, y en la mayoría de los casos las apariencias engañan, los contrastes ya son asimilados dentro de la estructura social, y tanto las conductas como las reacciones se compaginan inconscientemente con este contraste estructural y cultural.
En la sociedad marroquí la mujer no se encuentra ni en el centro de una tela araña ni en las extremidades, la mujer es la tela de araña: atrapa y se encuentra atrapada, sufre de unos comportamientos y unos valores que otra mujer ha inculcado a sus hijos y al mismo tiempo hace sufrir a otra mujer inculcando los mismos valores y discriminaciones a sus hijos.
Es un círculo cerrado, que sólo la mujer puede abrir y deshacer. Esto supone una toma de conciencia y una toma de poder reactivo, dos conceptos que han supuesto años y años de lucha en Europa y América. Lo mismo supondrá en Marruecos llevar la mujer a reconocer en ella un ser cualificado y capaz de mover tanto la reina como las torres…..empezando por los peones.
(30/01/06)