El futuro de Marruecos depende de lo que ocurra en los próximos años en sus vecinos norteafricanos. Ni siquiera la relativa inmunidad geográfica que le procura Argelia puede desvincularle de lo que suceda en Túnez, Libia o Egipto, los tres muy afectados económicamente por los acontecimientos recientes. El escenario regional sencillamente ha cambiado por completo, aumentando su complejidad económica e introduciendo nuevos interrogantes sobre el futuro modelo económico de las transiciones políticas: ¿habrá una reorientación de los flujos comerciales, turísticos y de inversión?; ¿avanzarán unos países más que otros en la integración con la UE?; ¿serán todos ellos capaces de continuar el proceso de reformas económicas?; ¿y de mantener los equilibrios macroeconómicos y el crecimiento?
Pero una vez dado el contexto, lo relevante para Marruecos es decidir qué lugar quiere ocupar en el nuevo mapa mediterráneo y cómo responder a dichos interrogantes. Adaptarse a los cambios e intentar maximizar las oportunidades que ofrecen minimizando sus riesgos es, desde luego, más fácil de decir que de hacer, además de una obviedad. Pero definir las grandes tendencias de esos cambios, identificar sus oportunidades y sus riesgos, y cómo aprovechar los primeros y gestionar los segundos no es un ejercicio tan trivial, especialmente en un contexto complejo y volátil como el actual. Ese esfuerzo recaerá sobre los marroquíes, pero la UE y sus Estados miembros deben acompañarles para aumentar las posibilidades de que fructifique.