LA VIOLENCIA COMO ARMA
En septiembre, nos hacíamos eco de la visita a Marruecos y al Sáhara Occidental del relator de la ONU contra la tortura y los tratos inhumanos y degradantes, el argentino Juan Méndez. Su viaje a Marruecos se debía a una invitación de las autoridades marroquíes que preparan la candidatura para un escaño en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y por la creciente preocupación de Marruecos de aparecer en el escenario internacional como actor que ha dejado atrás las prácticas ilícitas y violentas.
Juan Méndez, declaró en Rabat que había recibido “testimonios creíbles alegando excesiva presión física y mental de los detenidos durante los interrogatorios”. Méndez denunció “casos recientes de informes creíbles de golpes, aplicación de electrochoques y quemaduras de cigarrillos”. También citó el recurso reciente de la policía a un uso excesivo de la fuerza en la dispersión de las manifestaciones o la sobreexplotación carcelaria.
Es inevitable no acordarse del joven Lafkir Kaziza, chico saharaui de 21 años que el pasado 1 de junio iniciaba una huelga de hambre frente a la embajada de Marruecos en Madrid con el fin de conseguir la libertad de 22 personas detenidas por el ejército y la policía marroquíes el 8 de noviembre de 2010 en el campamento saharaui de Gdeim Izik. A pesar de que tuvo que abandonar la huelga de hambre por su delicado estado de salud, estuvo 15 días reivindicando lo que cree justo, lo que en realidad es justo. La defensa de los Derechos Humanos en Marruecos y por el trato injusto que reciben sus compatriotas en las cárceles del país. Él mismo durante el desmantelamiento del campamento de Gdeim Izik y su detención, fue víctima de malos tratos y sufrió un disparo a la altura del hombro.
Tratos que en la mayoría de los casos resultan invisibles para el resto del mundo, el cual impasible mira de soslayo algunos casos puntuales, como este de Lafkir Kaziza.
¿Es necesario llegar a una huelga de hambre para ser oído?
Estas situaciones degradantes no ocurren solo en las cárceles, también en otros ámbitos, como por ejemplo, en los orfanatos, donde, personalmente he sido testigo, si bien no de torturas, de tratos no del todo correctos y máxime cuando se trata de niños pequeños y abandonados. No puedo decir que sea una práctica habitual en todos los orfanatos de Marruecos, pues solo tuve ocasión de conocer de cerca uno, pero me quedé asombrada al ver la manera en la que las educadoras interactuaban con los menores. Del conjunto de chiquillos que había allí, había 3 con problemas mentales y físicos que eran las víctimas más palpables de la conducta de las educadoras. Tenían entre 12 y 18 años pero no podían valerse por si mismos por sus mencionadas deficiencias. Uno de ellos, estaba día y noche en una cuna a pesar de su edad y de que con un poco de esfuerzo y ayuda podía caminar algo. Los otros dos, también era ignorados por completo.
Se pasaban días enteros sin ser cambiados, olían mal y nos los sacaban a pasear, ni siquiera les metían en la piscina de plástico que tenían para plantar cara al calor del verano marroquí. Y tenían que ver como el resto de chiquillos se bañaban.
Además era algo común el gritar a los pequeños y pegarles cuando hacían alguna chiquillada. Día tras día les ponían la televisión a todo volumen y se desentendían de los lloros de los niños. Varias veces que fui para ayudar a una compañera española que hacía allí sus prácticas, me dejaron claro que estorbaba y que allí no hacía nada.
Nos quejamos de los malos tratos en este país pero hay que aprender a no incentivarlos, niños pequeños que conviven con la violencia y son educados a base de palos no entenderán otra forma de conducta cuando crezcan. Y verán en la violencia la forma más directa para conseguir aquello que deseen. Y es que el dicho de que la violencia engendra violencia no deja de ser verdad.
Sin embargo Juan Méndez reconocía en su informe que “está emergiendo una cultura de los derechos humanos” y que “parece haber un compromiso en los niveles más altos” para erradicar toda conducta degradante. Aun queda mucho por hacer.