El 25 de noviembre los marroquíes votarán su nuevo Gobierno, tras la reforma constitucional promovida desde instancias reales. Una reforma que ha sido calificada con todos los colores posibles: suficiente, insuficiente, guiada desde Palacio, adaptada a la realidad sociopolítica marroquí, alejada de los avances de otros países afectados por la «primavera árabe», condicionada a la evolución diferenciada de Marruecos desde el advenimiento de Mohamed VI…lo que está claro es que muchas cosas están cambiando y deberán cambiar para que estas elecciones y el Gobierno que salga de ellas contente las demandas de la sociedad marroquí, que a estas alturas son imparables. El propio proceso de formación del Ejecutivo dará algunas pautas de si efectivamente hay voluntad de cambio.
En España, el cambio viene de dentro y también se exige desde fuera. La complicada situación económica originada por la crisis de la deuda en Europa ha puesto en boca de los analistas la utilidad de unas elecciones de las cuales saldrá un Gobierno que deberá continuar en el desarrollo de políticas de recortes, teledirigidas desde Alemania o desde las instituciones europeas.
El cambio está ahí. Y el vencedor en las elecciones españolas es el PP de Mariano Rajoy, que tan mala prensa ha tenido en Marruecos en los últimos tiempos. No hay más que recordar la manifestación masiva celebrada hace unos meses en Casablanca, apoyada por el mismísimo primer ministro marroquí, Abbas al Fassi. Aquí también se impone un ejercicio de pragmatismo, para que los nuevos Gobiernos en España y en Marruecos muestren renovadas voluntades de acercamiento en los asuntos clave.