En los años ochenta surgió en Madrid una generación de músicos herederos y negadores a la sazón de clásicas sagas anteriores. Aparecieron en el momento menos oportuno para los cantautores, cuando sobre estos pesaba el estigma de sus métodos y de sus virtudes como una losa imposible.
Entre estos jóvenes valores se situó desde el comienzo y muy en primera línea Javier Bergia. Sus canciones, de la ironía a la pasión, del romanticismo al humor, del distanciamiento al compromiso, siguen proclamando un mundo razonable, un universo sonoro que destila melancolía, asumiendo de manera sencilla y nada forzada todos los géneros. Nadando contracorriente, Bergia ha demostrado ser un bálsamo frente a la vulgaridad, un corredor de fondo cuya soledad es cada vez más relativa.
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(05/10/09)