El 20 de febrero, miles de marroquíes salieron a la calle para expresar su descontento y sus esperanzas de cambio para su país. Las principales ciudades marroquíes fueron teatro de manifestaciones que transcurrieron sin incidentes mayores. Ciudadanos de variopinto color tuvieron la oportunidad de clamar alto por sus expectativas de apertura.
Un dato que confirma las diferencias con los acontecimientos vividos en otras naciones árabes, en los que la violencia ha hecho presencia reiterada. La última prueba: los 200 muertos de las manifestaciones de Libia contra el régimen de Anuar el Gadafi. En Marruecos, las protestas fueron toleradas y las consignas, más o menos duras, pudieron ser proclamadas sin que la presencia de las fuerzas de seguridad limitara su expresión.
Ahora bien, las semejanzas, una vez más se ponen también de manifiesto. Las voces que piden justicia, igualdad, eliminar la corrupción. Todas ellas palabras que se están oyendo una y otra vez en los países de la región. Un virus imparable que se quiere hacer escuchar y cuya fuerza está derribando autócratas como fichas de dominó. Bahréin, Irán, Libia….¿cuántos más?
La importancia histórica de los cambios que viven los países árabo-musulmanes está haciendo que politólogos y analistas busquen otros paralelismos. La "primavera" que vivieron los países de Europa del Este tras la caída del Muro de Berlín en 1989 trajo regímenes democráticos a naciones que habían vivido bajo regímenes autoritarios de corte soviético. El camino no fue fácil, pero unos y otros iniciaron su marcha hacia el establecimiento de regímenes democráticos que se han insertado en la normalidad del continente europeo y en sus instituciones.
Pero también aquí hay una diferencia de peso. Los países árabes no tienen tradición democrática strictu senso, tal y como se entiende en la experiencia histórica que proviene de Occidente. El eterno debate que ahora vuelve a la carga reside precisamente en saber si lo que está ocurriendo desembocará en democracias tal y como se entienden en Occidente, con elecciones libres, partidos políticos y libre expresión, o si, al abrigo de la particular situación de cada país y su equilibrio de poderes, alumbra un sistema que sea capaz de dar respuesta a ciertas demandas populares, sin que sea tampoco susceptible de ser calificado como democracia.
Volvemos a Marruecos. ¿Es Marruecos una democracia en ese sentido? Aquí las respuestas son diversas, tantas como interpretaciones. La conclusión compartida es que Marruecos ha evolucionado hacia importantes grados de apertura política durante los últimos años del reinado de Hasán II y en los años de Mohamed VI. Con un grado de participación política y electoral, y una buena batería de novedades en el campo social y económico. ¿Se entiende esto por democracia? A cada cual su forma de entenderla. Hay una cosa cierta: las democracias no vienen "bajo el brazo". Resultan conquistas que necesitan madurez social política para que duren. Las democracias no son "fáciles", en ese sentido, como no lo es el compromiso para la participación pública.
El 20 de febrero se manifestaron en Marruecos muchas de esas voces que consideran que sus demandas no están adecuadamente atendidas. Que necesitan mayor grado de participación política y que exigen cambios que hagan del régimen politico marroquí un modelo de estabilidad, sacudiéndose prácticas que pueden acabar corroyéndolo. Ahora, a quien corresponda, le toca mover ficha.
La oportunidad es buena para España y para Europa. Con un régimen democrático se coopera más y mejor, como lo es el entendimiento y la visión de las relaciones internacionales. Marruecos quiere ser un socio fiable. Que su plan de autonomía para el Sáhara sea seriamente considerado. Que sea analizado como un socio, no como una amenaza. El cambio puede facilitar la consecución de estos objetivos.